11 enero 2011

El arqueólogo contra el naufragio de la historia

Entrevista a Filipe Castro publicada en ABC, realizada por Antonio Villareal

Imaginen que estamos en el año 2525. En un desierto remoto yace polvorienta la nave Apolo XI en la que el hombre viajó por primera vez a la Luna. Unos exploradores encuentran el transbordador, despojan su interior de cualquier objeto y lo abandonan, dejando tras de sí el artefacto en el que la humanidad, por una vez, dejó de mirar sombras dentro de la cueva y se propuso dar un gran paso.

Puede parecerles ciencia ficción, pero para Filipe Vieira de Castro, director del Laboratorio de Reconstrucción de Barcos en la Universidad de Texas A&M, es tan sólo una metáfora de lo que está ocurriendo hoy en día bajo nuestros mares y océanos.

«Es una pena que un pecio único como el San Diego todavía no esté publicado», dice De Castro. Este galeón español, «dibujado, concebido y construido para realizar una de las rutas más largas y difíciles de este periodo, un space shuttle del siglo XVI» fue hundido cerca de Manila, Filipinas, por navíos holandeses en 1600. En 1991, el arqueólogo francés Frank Goddio lo encontró, extrayendo del buque cada una de los 6.000 piezas que allí se encontraban. Sólo quedó allí el barco y los huesos de trescientos marineros.

«El pecio ha sido excavado y sabemos de los cañones, de las monedas, de las porcelanas… pero el buque, lo realmente interesante desde el punto de vista intelectual, no ha sido publicado», se lamenta De Castro.

Originalmente un ingeniero civil en su Portugal natal, De Castro comenzó a interesarse por la arqueología náutica a principio de los noventa, colaborando de manera amateur con el Museo Nacional de Arqueología de Lisboa. En 1997, atormentado por el descarado saqueo que los cazadores de tesoros estaban infligiendo a los pecios portugueses, colaboró en la creación del Centro Nacional de Arqueologia Náutica e Subaquáteca.

Tras dirigir desde Lisboa la investigación de algunos naufragios, De Castro decidió desplazarse hasta Texas para aprender el oficio de la mano de leyendas como George Bass, padre de la arqueología subacuática, o Richard Steffy, cofundador del prestigioso Institute of Nautical Archaeology. Actualmente, el portugués ocupa el sillón de Steffy como director del laboratorio.

«Odyssey va a pagar»
«Trabajamos 12 meses al año. La arqueología náutica no es como otros trabajos, es divertido e intelectualmente creativo. Nunca he sentido que necesitara vacaciones», dice De Castro, quien además de impartir clases e investigar, colabora activamente con organizaciones internacionales que luchan contra los cazadores de tesoros. «La Unesco está apoyando cada vez más nuestra causa, pero aún queda un largo camino. Actuamos después de que los cazadores de tesoros hayan hecho su trabajo. Deberíamos ser más proactivos pero estamos muy desorganizados».

Sin embargo, reconoce a España el mérito de haber sentado jurisprudencia en los tribunales internacionales. «Soy amigo personal de Greg Stemm y los dos sabemos que lo que él hizo estuvo muy feo y que se va a joder en el tribunal, sabemos que va a tener que devolver todas las monedas. Eso va a ser un muy buen ejemplo, que un cazador de tesoros, por primera vez, vaya a pagar», dice De Castro.

A lo largo de sus años en Texas, el arqueólogo portugués ha elaborado una base de datos de pecios españoles. «Están casi todos, sobre un centenar, con todas las imágenes y textos que he podido acumular» y que —aviso a navegantes— pone a disposición de cualquier investigador.

«Los ingleses han escrito la historia de la Armada española como un relato de gente malvada y avariciosa, que hundía sus barcos porque no eran competitivos», dice De Castro, «y la realidad es que estaban mapeando el planeta, haciendo los primeros estudios antropológicos de las gentes que encontraban y escribiendo páginas increíbles de la literatura mundial, pero los portugueses y los españoles tendemos a pensar en pequeño, y esto no está ayudando a la causa».

Más que una colmena de arqueólogos, el Laboratorio de Reconstrucción de Barcos de Texas A&M, repleto de barcos en miniatura, lápices y planos, parece el taller de una juguetería. De Castro y su equipo están trabajando ahora en la reconstrucción del Vasa, un barco de guerra sueco del siglo XVII. Investigan las culturas que produjeron esos barcos a través de contratos antiguos de compra-venta de madera o iconografía para recrear la construcción del buque y teorizar cómo van a meter dentro a 450 marineros, cuánta agua necesitan o dónde van a dormir.

Bajo la lámina de Vroom, la pantalla del ordenador muestra el detalle de un barco. En realidad, es la fotografía de un fresco impresionista del palacio del Viso del Marqués, en Ciudad Real, a más de 8.100 kilómetros de este laboratorio.

Teoría y práctica
«Me interesa la evolución de las formas», apunta De Castro. «Empezamos con un pequeño dibujo de un buque de tres mástiles en Barcelona, de 1409. Es la representación más antigua de un buque de tres mástiles que va evolucionando hasta un buque que un siglo más tarde va a la India, a América, desde Acapulco hacia las Filipinas… y todo esto supone un trabajo científico prodigioso que nadie ha estudiado a fondo».

Los esfuerzos de este grupo de investigadores no son solamente un reto intelectual por comprender cómo se fabricaron las naves espaciales del siglo XVII. Uno de los proyectos más ambiciosos del INA consiste en restaurar La Belle, un barco francés que naufragó en su intento de ascender por el Mississippi. Tras rescatar las piezas del fondo, la madera será tratada durante tres años en una solución acuosa de polietileno glicol para evitar que se deshaga y, a continuación, restaurada en un secador-congelador gigante. Finalmente, Filipe de Castro y su equipo emplearán las teorías adquiridas para reconstruir este buque, que en unos años será exhibido en un museo de Austin tal y como era antes de naufragar.

Al final de una de sus clases, antes de que sus alumnos se marchen, De Castro comenta que, «por razones prácticas, hay que conocer el pasado. Porque si no lo hacemos, tendremos que fiarnos de nuestros políticos. O lo que es peor, de nuestros periodistas». Touché.

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