Javier Yanes
El ADN es testigo del pasado. A través de él se puede indagar en la evolución de las especies, su relación con otras y sus migraciones históricas. Esta arqueología de los genes o paleogenética existe gracias al desarrollo de la tecnología de secuenciación y análisis, pero también al empeño del científico sueco Svante Pääbo, que en la década de 1980 aislaba ADN de momias egipcias a escondidas de su director de tesis, quien no habría aprobado sus inquietudes.
Pääbo, un nombre que suena como candidato al Nobel, ha avanzado otro paso hacia su gran proyecto, el genoma neandertal. La entrega que mañana publica Cell es un aperitivo: la secuencia de ADN de la mitocondria, la habitación de la célula donde se genera la energía que ésta consume. Es el único compartimento ajeno a los cromosomas que posee un pequeño genoma propio, heredado por línea materna. En 1997, Pääbo publicó el primer fragmento de ADN de la mitocondria neandertal.
Once años después, las técnicas de secuenciación de ADN están en su apogeo. La tecnología desarrollada por el estadounidense Jonathan Rothberg en su empresa 454 Life Sciences fue clave para leer el genoma del padre del ADN, James Watson. Desde su laboratorio del Instituto Max Planck, en Alemania, Pääbo colabora con Rothberg en el genoma neandertal, cuyo primer millón de bases se publicó en 2006. Un corolario de este proyecto es el genoma mitocondrial.
El origen de la muestra y su procesamiento para evitar impurezas de ADN contaminante son también fundamentales en el trabajo del sueco, que a lo largo de los años ha perfeccionado modelos para abordar estos problemas. El ADN neandertal procede de huesos hallados en la cueva de Vindija (Croacia) en 1980, cuya edad se estimó en 38.000 años.
Tras el trabajo de lectura y recomposición, el resultado es una cadena de más de 16.000 bases y 13 genes en la que se esconde nuestro parentesco con los neandertales, un capítulo aún no cerrado en el conocimiento de la evolución humana, pero sí cada vez más claro: la nueva prueba apoya que, tras su separación hace 600.000 años, los caminos de sapiens y neandertal nunca volvieron a cruzarse.
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