Miguel Ángel Pérez Jorrín
El broche que se puede ver a la derecha de esta página, de latón y bronce con alma de hierro, cerraba el cinturón de cuero de un joven visigodo de unos 14 años, cuyos restos se hallaron a los pies de la sima que conduce a la galería inferior de lacueva cántabra de La Garma, en Omoño (Ribamontán al Monte). Es uno de los cinco esqueletos de los siglos VII-VIII que se han encontrado en esta cueva. Todos de jóvenes entre los 14 y los veintipocos años y cuya muerte aún es una incógnita, aunque bien pudieron ser depositados allí tras morir de una epidemia, tal y como sostiene el arqueólogo José Ángel Hierro.
Pero nuestro joven visogodo ha dejado un legado excepcional: su broche, cuidadosa y laboriosamente restaurado en el Museo de Prehistoria, y que, según Pablo Arias, codirector de las excavaciones de La Garma junto a Roberto Ontañón, es de lo mejor que se ha encontrado en España en este periodo, por su delicado adorno damasquinado «y por su cruz, que deja en mal lugar las teorías sobre el paganismo tardío en Cantabria».
Las otras dos piezas restauradas recientemente son paleolíticas, halladas en la zona IV de la galería inferior, la más estudiada por ahora de este excepcional lugar: la parte decisiva del yacimiento, con restos paleolíticos tal y como en su día los dejaron sus últimos habitantes hace más de 12.000 años. A lo largo de 300 metros se suceden pinturas, grabados y estructuras artificiales. Los suelos conservan en superficie una asombrosa concentración de decenas de miles de restos de alimentación (huesos, conchas), hogares, industrias, obras de arte mueble del Magdaleniense Medio-Superior e incluso la planta de varias cabañas. Es a la vez una habitación, una cocina y un taller artístico de nuestros antepasados...y está como si sus últimos inquilinos acabaran de cerrar la puerta. Intacto.
Y el producto de su trabajo quita el aliento. La que se puede ver a la izquierda de la serie fotográfica es una placa de hueso recortado hasta darlo la forma de un oso, con un delicado trabajo que incluye la representación del pelaje con detalle casi obsesivo. Es una pieza rara, ya que las figuras de oso no son muy abundantes en el arte mueble. La tercera pieza es otro fragmento de hueso con dos cabezas de cabra grabadas en sus extremos. Estilísticamente es similar a otras ya halladas en el mismo lugar, tal parece que provengan de la misma mano.
La riqueza y excepcionalidad de La Garma, donde se entremezclan ocupaciones que van desde el año 80.000 A.C, (con presencia de neandertales) hasta la Edad Media ha sido un quebradero de cabeza para los arqueólogos y prehistoriadores de la Universidad de Cantabria que han intentado evitar en la galería inferior el fin de todo yacimiento arqueológico: que para comprenderlo haya que destriparle y cuando se acabe ya nada sea igual.
En La Garma no será así. La decisión es preservar ¿Cómo se trabaja, por tanto, sin destruir? Pablo Arias lo explica con brevedad. «Primero hemos trazado un mapa aéreo de la galería inferior, a 1,5 metros de altura, con fotogrametría. Sobre esas fotos hemos dibujado uno a uno todos los restos (huesos, conchas, restos de industria lítica, arte mueble, estructuras) para trazar un mapa exahustivo. En las partes ya analizadas sabemos lo que hay y, en parte, porqué está allí». «Muchas piezas, asegura Arias, las hemos estudiado en la misma cueva, incluso con el microscopio (para detectar huellas de herramientas en los huesos) y luego las hemos devuelto al mismo sitio».
Otras sin embargo, como las que aquí se muestran, se han rescatado para su restauración, pero esa es la excepción. «Aquí se puede hacer porque estamos ante un yacimiento excepcional, y en la galería inferior casi totalmente en superficie, salvo en lo que era la entrada original de la cueva. No hay que excavar, está al alcance de la mano», dice Arias. «Y las siguientes generaciones podrán ver lo que nosotros hemos visto».
Noticia completa y más imagenes en El Diario Montañés
1 comentario:
fascinante historia. me alegro de encontrar blogs de arqueología.
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