Publicado en La Vanguardia
Tomás Alcoberro
!Qué gozo excavar en Tiro! En un espacio de cien metros cuadrados, lindante de las necrópolis helenística, romana y bizantina de la antigua ciudad, y del campo de refugiados palestinos de El Bas, Maria Eugenia Aubet y su equipo, cuyo núcleo sigue formado por Francisco Núñez y Laura Tresillo, hacen aflorar cráteras fenicias en lo que fue el gran cemeneterio de Tiro. En tan sólo un mes de trabajos han extraído de esta mítica población mediterránea, de su antigua playa, sesenta urnas.
A menudo las vasijas aparecen apareadas, rodeadas de pequeñas y finas jarritas. Una de las vasijas está repleta de restos de hueso de las incineraciones, y la otra vacía, que contenía, supuestamente, el alma de los muertos... En el interior de las urnas se han encontrado, además, amuletos, anillos, collares, los famosos escarabajos egipcios, porque la influencia de la civilización faraónica fue muy acusada tanto en el rito funerario como en la lengua fenicia.
Hay ánforas policromadas y las más delicadas, son originarias de la isla de Chipre. En las jarras han podido hallarse residuos de vino y de hidromiel de los rituales mortuorios. Este cementerio que data de entre los 950 a 750 años antes de la era cristiana, es el más importante de Tiro, y se extiende más allá de la carretera y del campo de refugiados palestinos, en una superfície de tres kilómetros cuadrados, aunque las tumbas reales quedan lejos de su perímetro, construidas en las montañas.
Desde que empezara, hace ocho años, esta misión patrocinada por el ministerio español de Cultura, con la colaboracón de la Dirección general de antigüedades del Líbano, se va avanzando, paulatinamente, sobre el terreno, de acuerdo con el trabajo de los topógrafos.
Las máquinas excavadoras han desbrozado las tierras nuevas sobre las antiguas playas, muy vulnerables por el ímpetu de las olas. La cosecha de urnas de la campaña de este año, se anuncia espléndida por su tupida densidad por metro cuadrado. Con un estilete como el que utilizan los dentistas, Paco limpia, pacientemente, las urnas, las va desgajando de la tierra donde fueron sepultadas para poder extraerlas.
Las piezas se fotografían, se dibujan, son inventariadas y quedan en El Líbano, donde se exhibirán en su proyectado museo arqueológico, en medio de las monumentales ruinas de Tiro.
Laura estudia los huesos que le permiten conocer la edad, el sexo, las enfermedades de los muertos. No se han encontrado restos infantiles, y el promedio de vida se ha establecido entre los cuarenta y los cuarenta y cinco años. Estos restos humanos fenicios son transportados a la Universitat Pormpeu Fabra de Barcelona para su análisis definitivo.
De las siete de la mañana hasta promediada la tarde, trabajan los arqueologos procedentes de varias universidades de España. Cuando oscurece ponen las preciosas urnas, las finas jarras, arrancadas de la tierra, a buen recaudo. El lugar de la excavación ha sido cercado por una endeble tela metálica, y es vigilado, día y noche, por un guardián. Al anochecer, el yacimiento fenicio, cercano a un cuartel del ejército, ante el que durante la guerra de hace dos años, se había abierto una fosa para enterrar provisionalmente los muertos de la vecina localidad de Canan, queda iluminado por proyectores halógenos.
Ahora Maria Eugenia Aubet, gran especialista de la civilización fenicia, suspira por conseguir la autorización de excavar en lo que fue la ínsula de Tiro, el corazón de la ciudad, antes de que durante su asedio, Alejandro Magno hicese construir su istmo para unirla a la tierra firme.
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