Una ciudad encerrada en unas potentes murallas, erguida en medio de un llano agrícola y con una fortificación (castellum) sobresaliendo de cara al mar. Esta es la imagen simplificada de la Barcino romana que se puede ver en las láminas divulgativas que pronto quedarán obsoletas. El 11° Congrès d’Història de Barcelona, que se celebra esta semana, ha puesto en común las nuevas aportaciones académicas que están redibujando la imagen de la colonia fundada bajo Augusto y que el director del Museu d’Història de Barcelona, Joan Roca, está dispuesto a empezar a divulgar: un centro con una muralla cívica simbólica, con espacios públicos exagerados para la escala de la ciudad, unos suburbios extramuros tan extensos como el propio recinto amurallado y un ager que llegaría hasta Martorell cruzado por caminos y dividido en parcelas agrícolas regulares (una aportación reciente de J. M. Palet) que organizarían el territorio hasta el punto de dejar huella en el paisaje y prefigurar el futuro Pla Cerdà.
Ricardo Mar, investigador del Seminari de Topografía Antiga (Universitat Rovira i Virgili / Institut Català d’Arqueologia Clàssica) ha presentado en el congreso organizado por el Arxiu Històric de la Ciutat las aportaciones más llamativas, a partir del trabajo de modelado de la ciudad que ha iniciado su equipo. Sobre todo, la reconstrucción hipotética de la monumental puerta de mar, en la actual calle Regomir, y de las dos manzanas que se situarían tras el templo de Augusto, así como la reinterpretación del supuesto castellum, que pasaría a ser unas respetables termas públicas del suburbio marítimo adosado a las murallas en el siglo I, con fachada al camino de acceso a la ciudad desde el puerto. La muralla solo las englobaría en el siglo IV, y formaría parte de este segundo cinturón la torre hallada en el 2004 en Regomir, que había hecho pensar en una extraña disposición en ángulo del portal principal de Barcino.
OSTENTACIÓN COLONIAL / Las hipótesis del seminario de Mar no solo tienen efectos plásticos. Dejan aún más claro, dice, que «el equipamiento público es desproporcionado, correspondería a una ciudad de 40 hectáreas, no de 10. Podría explicarse por los objetivos de representatividad e imagen pública de una élite de terratenientes próspera por su principal recurso, la exportación del vino layetano». Y orgullosa de su condición de colonia, compartida solo en la región con Tarraco.
«Se está comenzando a definir un proyecto teórico de cómo sería la fundación de la ciudad», opina sobre los debates del congreso el arqueólogo del Museu d’Història de Barcelona Ferran Puig. Y esta sería más regular en su origen de lo que se creía. Y su desarrollo, mucho más dinámico.
Otra aportación novedosa en el congreso ha sido la de Eduard Riu-Barrera, del servicio de Patrimoni de la Generalitat, que ha ofrecido otra interpretación de la construcción de una potente muralla en el siglo IV. Esta no sería la expresión de una Barcelona con iniciativa, autónoma y potente, dispuesta a sobrevivir a las invasiones bárbaras, sino la imposición del poder imperial que arrasó suburbios y monumentos funerarios de las grandes familias –algo así como la edificación de la Ciutadella– al fortificar la región que controlaban el paso de los Pirineos.
Las murallas en las que se encerró Barcino la ayudaron a sobrevivir a la dislocación del imperio, a diferencia de Tarragona: pero el motivo principal sería sobre todo su escala local, más adaptada a unos tiempos en que las capitales provinciales ya no tenían sentido.
En el origen de esta nueva imagen de la ciudad también debe entrar en juego el núcleo comercial situado en Montjuïc, en el puerto abierto al estuario (hoy delta) del Llobregat: un posible núcleo de origen ibero, activo durante la República y al que probablemente le correspondería el topónimo de Barkeno que después se transmitiría a la colonia Barcino fundada bajo Augusto al otro lado de Montjuïc. Una comunicación de David Asensio, Xabier Cela, Carme y Maria Teresa Miró y Emili Revilla ha destacado el papel de Barkeno como centro comercial del eje del Llobregat, en la frontera entre layetanos y cesetanos, aún en la primera fase de la romanización.
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