19 noviembre 2007

Alburquerque: Una tradición medieval

Publicado en Hoy
Francisco José Negrete

Cientos de alburquerqueños varean estos días encinas y alcornoques y recogen bellotas del arbolado comunal para engordar los cerdos ibéricos que guardan en sus corrales o huertas. Esta tradición fue autorizada por el alcalde de Alburquerque, Ángel Vadillo, tras la publicación del «pregón de la bellota», merced al cual se autoriza a los vecinos a recoger el preciado fruto en las fincas que ocupan las 7.500 hectáreas que conforman los Baldíos y de otras muchas sobre las que el derecho del vuelo es comunal.

El bando que autoriza la de este alimento tan abundante como cotizado en las dehesas alburquerqueñas advierte que «por tratarse de un fruto que corresponde por igual a todos los vecinos, está prohibido el señalamiento de árboles», algo que hacían antiguamente los vecinos para quedarse con los más frondosos y cargados de bellotas. Además, añade, «serán sancionados severamente los contraventores a esta norma». Sólo los vecinos empadronados en esta localidad pueden ejercer este derecho, pero se hace la vista gorda y personas de otras localidades, especialmente de Villar del Rey, se abastecen de las encinas baldías.

Aunque la tradición sigue viva en Alburquerque desde hace más de 5 siglos, en los últimos años había decaído considerablemente el número de personas que aprovecha los meses que van de noviembre a enero para hacer uso de sus derechos sobre el fruto de las encinas. Sin embargo, este año se ha incrementado de manera espectacular dicho número, a juzgar por la gran cantidad de familias que se ven por los Baldíos, debido, según apuntan, al elevado precio de los piensos.

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La tradición del «pregón de la bellota» tiene más de cinco siglos de antigüedad. Se inició en la Baja Edad Media, cuando el infante don Enrique de Aragón ocupaba la villa de Alburquerque y, viendo que perdía sus heredades ante el acoso de don Álvaro de Luna, condestable del rey Juan II de Castilla, por medio de una carta ejecutoria fechada el día 15 de julio de 1430, hizo entrega al pueblo de las tierras que estaban en su poder y que constituyeron los Baldíos de Alburquerque.

Poco tiempo después, una ordenanza municipal aprobada por don Beltrán de la Cueva, clavero de la Orden de Alcántara, regulaba la recogida de bellotas del arbolado comunal. A pesar de esta importante cesión a los vecinos de la villa, la imagen de los infantes de Aragón no es precisamente positiva en la localidad, dadas las penurias sufridas por los vecinos durante el asedio al que fue sometido la villa por don Álvaro de Luna, al negarse don Pedro y don Enrique a entregar Alburquerque al rey Juan II.

Sin embargo, actualmente, un gigantesco cuadro de Adelardo Covarsí que refleja el acto en que don Enrique de Aragón entrega los Baldíos al pueblo, preside el salón de actos del Ayuntamiento.

Pero nadie podría predecir entonces que las cerca de 43.000 hectáreas que el infante cedió a los lugareños iban a causar tantos problemas a lo largo de los siglos, siendo los más importantes los acaecidos en la pasada centuria. En 1916 se produjo el hecho más grave. Cuatrocientos obreros agrícolas se plantaron en una finca comunal que se hallaba en manos privadas, provistos de burros, sacos y varas, para recolectar las bellotas. Y lo hicieron en presencia de la Guardia Civil y la Policía Local, que no intervinieron, pero sí presentaron la correspondiente denuncia. Al día siguiente, ante las protestas de los obreros en la puerta del juzgado de la villa, tuvieron que desplazarse refuerzos policiales desde Badajoz y 60 guardias civiles más.

Se produjo un fuerte enfrentamiento con disparos de las fuerzas del orden y lanzamiento de piedras por parte de los vecinos, con el resultado de un obrero muerto y varios heridos.

Poco después, en 1922, ante una nueva revuelta, el gobernador civil de Badajoz envió un telegrama al Ministerio del Interior para solicitar que dejaran a los vecinos recoger el fruto de los árboles comunales, argumentando que «tres mil familias dependen de las bellotas gratuitas de los baldíos para sus cerdos». El último hecho notorio acaeció en los años 80, cuando unos cuantos jornaleros recogieron la bellota en una finca cuyo derecho de vuelo era comunal, pero su propietario negaba la entrada a los alburquerqueños. Los sacos recogidos los depositaron en el Ayuntamiento en señal de protesta.

Invasiones de fincas, enfrentamientos con las fuerzas del orden, juicios, odios ancestrales... todo ello por el derecho del vuelo del arbolado que, por ley, corresponde a los vecinos.

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