Publicado en La Nueva España
M. S. Marqués
Veinte siglos después de los episodios bélicos protagonizados en Hispania, la huella de Roma está cada día más presente en Asturias. Los vestigios del proceso romanizador vivido por los pueblos astures a lo largo del siglo I no dejan de sorprender con testimonios que permiten reconstruir un período de la historia no demasiado conocido en nuestro territorio.
Lugar privilegiado para comprender las relaciones con los pueblos conquistados y apreciar la transformación de esos territorios es, sin duda alguna, el Chao Samartín, en Grandas de Salime. Asentado en los terrenos aledaños al pueblo conocido con el nombre de Castro -ya un dato ilustrativo-, el yacimiento se ha convertido en un muestrario de materiales del máximo interés. Tras casi dos décadas de campañas arqueológicas, sus ruinas hablan por sí solas de la vida y costumbres de los primeros astures y de unas formas de organización que no van a desaparecer, sino a enriquecerse tras el sometimiento a Roma.
El Chao Samartín es, en la actualidad, el mejor escenario de Asturias para conocer esa transformación, y a ello contribuye sobremanera la lujosa mansión romana (domus) en la que el equipo coordinado por Ángel Villa viene trabajando en las últimas campañas con extraordinarios resultados. La «domus», como es conocida entre los miembros del equipo, permite desarrollar una lectura más precisa y detallada de la organización económica y social del poblado en el siglo primero de nuestra era.
Pero si el Chao es hoy referencia destacada es, en parte, gracias a la curiosidad de Pepe el Ferreiro y a la generosidad de vecinos como Manuel Barcia. Fueron los primeros en comprender la importancia de unos terrenos en los que era habitual localizar restos de cerámica durante las labores agrícolas. Con el tiempo llegaría el interés de las administraciones local y regional, patrocinadoras de la investigación, en la que es pilar destacado el equipo de Ángel Villa, con Rubén Montes, Susana Hevia, Olga Gago y Belén Madariaga, entre otros.
Todos ellos, junto con los estudiantes que cada año se suman a la excavación, y apoyados por la labor indispensable de los operarios del Ayuntamiento de Grandas, están haciendo realidad un sueño impensable hace tan sólo un lustro. Poco a poco han ido rescatando de entre las ruinas del propio derrumbe más de la mitad de la lujosa casa romana. Vertebrada en torno a un patio columnado al que se abren la mayor parte de las estancias, la «domus» fue, a juzgar por los restos conservados, la residencia del representante del poder en la zona. En este sentido, el Chao Samartín ofrece abundantes testimonios de su condición de centro administrativo del que dependía la explotación aurífera de la zona. La estructura de la casa y la calidad de los materiales desvelan el alto rango de los inquilinos que la habitaron.
En las últimas semanas, los arqueólogos han conseguido destapar lo que sería la sala dedicada a la representación social, una estancia que se ajusta a los cánones romanos para este tipo de habitaciones y que contó en su día con paredes decoradas con pinturas y molduras de gran pericia técnica. A diferencia del resto de las estancias, lució umbral de granito y dos jambas monumentales que la abrían al atrio. A la derecha, una escalera interior da acceso a la planta superior.
Pero si algo tiene verdadero carácter romano es el patio columnado, donde se conservan los grandes sillares de granito que sirvieron para enlosar el piso. Bajo éstos, una línea de lajas de pizarra cubre la canalización que transportaba el agua de la lluvia hasta algún depósito en el exterior. El patio tuvo diez columnas, de las que se conservan tres fustes, dos capiteles y seis basas, todos ellos de granito de origen gallego. En las casas romanas el atrio era un espacio fundamental pensado para recibir la luz y airear los cuartos interiores. Hoy, a pesar de encontrarse en ruinas, sigue siendo la parte más llamativa de cuanto ha conseguido sobrevivir a los casi dos mil años transcurridos desde que fue levantado como símbolo de poder en la nueva «civitas» romana.
Las columnas dan prestancia y lucimiento a los restos arqueológicos y, tras la sorpresa, transportan la imaginación de quien las observa a lugares sin duda ajenos al occidente de Asturias. Muy cerca del patio se ha conseguido mantener casi intacta la cocina con horno y lareira. Allí se preparaban los manjares que formaban parte de la dieta alimenticia de la familia.
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