Alba Doral
Los restos que los arquólogos van descubriendo en el Yacimiento de la Roureda de la Margineda, en terrenos de Casa Molines, tiene una trascendecia mayor de la esperada. La fortaleza que, poco a poco sale a la luz, construida entre finales del siglo XII y la primera mitad del XIII, es una de las construcciones militares de la edad media más importante excavada en la vertiente sur de los Pirineos, consideran.
El arquitecto responsable de l’excavación (realizada por la empresa Estrats), Ivan Salvadó, explicó ayer, en la presentación del balance de la tercera fase de los trabajos iniciados el 2007, que todo el yacimiento tiene una envergadura que supera ampliamente la que habían supuesto en principio: el área d’interés ha pasado de los 400 metros cuadrados iniciales a los 4.500 que estiman ahora, hipotéticamente rodeados por las murallas, de hasta seis metros d’anchura.
Las intervenciones arqueológicas, sin embargo, se centran en un recinto de unos 1.500 metros cuadrados (que los arqueólogos denominan recinto soberano), donde se encontrarían los edificios centrales de la fortificación y una parte de las murallas.
Tres etapas históricas
Se sabe que el área estudiada sufrió a lo largo de los siglos numerosas modificaciones, de la mano del devenir histórico. Salvadó ofreció una recreación aproximada de cómo debían de ser los edificios y construcciones que allí se ubicaban en cada momento.
En una primera fase, posiblemente entre los siglos XI y XII, era una zona ocupada por labradores. Una casa de dimensiones reducidas se ubicaba en la parte más alta de los terrenos, que tienen un desnivel muy pronunciado. Y posiblemente justo por debajo había una prensa (probablemente de vino). Esto lo deducen de las tres piedras de prensa reutilizadas por construir la fortaleza posterior.
Entre finales del siglo XII y 1288, fecha de la firma de los segundos Pareages como pacto de no agresión que obligó a inhabilitar las fortalezas, se establecieron edificaciones militares. ¿Construidas y habitadas por quién? La hipótesis es que las hizo el vizconde de Castellbò, a quien el conde de Urgell cede el 1190 la titularidad del castillo de Enclar y da permiso para levantar una fortificación que, especifica, “debe ir en terrenos inferiores”. Un noble, representante del vizconde, acompañado de la familia y un reducido destacamento militar, debían de ser los ocupantes. La fortificación sigue el modelo de las que se construyen en Cataluña a partir de la segunda mitad del siglo XII, sin torre del homenaje clara, pero con un edificio residencial, una pequeña capilla aislada y las imponentes murallas, adaptadas a la topografía del terreno. Además, apuntó Salvadó, el maestro de obras era un perfecto conocedor de la mejor arquitectura militar del momento.
Tras 1288 se reaprovecharon las edificaciones para usos residenciales. Estuvo ocupada por una baja nobleza o campesinos ricos. Después de que perdiera su uso defensivo, las murallas (y el resto de edificaciones paulatinamente) quedaron arrasadas: los habitantes de las zonas próximas se llevaron las piedras y materiales para otras construcciones. Para que la zona quede abierta al público todavía queda un mínimo de dos años, según Salvadó y la consejera delegada de Casa Molines, Montse Cardelús.
No hay comentarios:
Publicar un comentario