Juan Pedro Quiñonero
Con la noticia de su desaparición, hecha pública ayer por la tarde, se cierra una página mayor en la historia de nuestras culturas. Claude Lévi-Strauss (Bruselas (1909), filósofo y profesor de filosofía, en su primera juventud descubrió muy pronto, en Brasil, su pasión por el diálogo, mestizaje y desaparición de las culturas y civilizaciones. Esa pasión primera lo precipitó en brazos de la etnología. Tras el paréntesis de la Segunda Guerra Mundial, que Lévi-Strauss pasó en EE.UU., donde frecuentó a André Breton y el gran exilio europeo, el joven filósofo confirmó su vocación de gran antropólogo de campo, dirigiendo sucesivas investigaciones célebres que terminarían haciéndolo célebre. Sus trabajos científicos, como patriarca de la antropología estructural, le dieron fama y honores, que pronto arrumbó en el baúl de las pasiones eruditas, jamás desmentidas.
El hombre que cambió el rumbo de la antropología era un gran moralista. Y su pasión por todo lo humano, los hombres, sus artes, sus culturas, sus lenguas, sus mitos, sus músicas, sus leyendas, comenzaron a desbordar, muy pronto, en muy otras direcciones. Su leyendario ensayo sobre «Raza e Historia» (1952) se transformó en un manifiesto cultural en defensa del mestizaje y el diálogo entre culturas y civilizaciones. Poco más tarde, el más legendario de sus libros, «Tristes trópicos» (1955), anunciaba el rumbo definitivo de su obra, en la encrucijada de muchas disciplinas, usando una prosa clásica. «Tristes trópicos» es algo así como un diario intelectual: un antropólogo cuenta sus experiencias íntimas, familiares, personales, profesionales: un hombre de cultura contempla la agonía de otras culturas, al mismo tiempo que nos da cuenta de su fascinación por la inmensa riqueza musical, lingüística y estructural de los mitos y leyendas de otras civilizaciones.
Mitos y leyendas
De esa matriz nace el resto de la obra toda de Lévi-Strauss. El antropólogo siguió desmenuzando la historia y estructura de los mitos y leyendas de viejos pueblos y tribus condenados a la agonía. Ese antropólogo cambiará el rumbo de la historia de su disciplina científica. Al mismo tiempo, el lingüista, amigo de Jackobson (otro de los patriarcas de las viejas disciplinas estructuralistas), descubre cómo la «arquitectura espiritual» de los mitos de tribus condenadas a la desaparición tiene fascinantes paralelismos con la «arquitectura espiritual» (lingüística, literaria, incluso musical) de los mitos y leyendas de otras civilizaciones.
La obra inmensa de Lévi-Strauss se dirigió a paso de carga hacia el reconocimiento universal, que llegó a partir de los años 60 y 70 del siglo pasado, cuando el antropólogo ya maduro comenzó a entrar en el panteón de los hombres ilustres de su tiempo.
Instalado en su laboratorio de ciencias sociales del College de France, Lévi-Strauss abandonó los trabajos de campo para demorarse en el terreno de la musicología y la antropología comparadas, adentrándose definitivamente en la tierra de nadie del moralista.
El joven Lévi-Strauss temía que la voracidad saturnal de nuestra civilización terminase destruyendo el planeta, tras haber destruido culturas y civilizaciones. El Lévi-Strauss de la madurez pensaba que, en verdad, a finales del siglo XX, era la civilización europea la que comenzaba a estar amenazada: «Los valores de Europa están hoy amenazados», me comentaba en una de las raras entrevistas, a tumba abierta, con un periodista español.
Esa inquietud sobre el destino mismo de nuestra civilización está en el corazón de la reflexión última del último Lévi-Strauss, inquieto por la ascensión imperial de los fanatismos religiosos, la voracidad industrial, la rapacidad mercantilista, la desertización moral y espiritual de nuestra civilización.
Melómano y lector voraz
Desde hacía veintitantos años, Lévi-Strauss estaba parcialmente alejado de la vida intelectual, sin estar totalmente ausente. En un memorable libro de diálogos y recuerdos, el maestro de la antropología estructural denunciaba la nulidad de un cierto pensamiento francés del último medio siglo. Ensayo tras ensayo, siempre más alejados en el tiempo, el moralista volvía una y otra vez a sus temas esenciales: la música, las leyendas, el mestizaje de las culturas, la «estructura» («arquitectura espiritual», en la terminología de Juan Ramón Jiménez) de los pueblos y las culturas. Hasta el fin, lento, silencioso, Lévi-Strauss siguió siendo un lector voraz y un melómano fuera de serie, un caminante solitario, intentando escrutar en la geometría de las estrellas, como Rousseau, el ocaso de las civilizaciones.
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