Rafael Fraguas
La estación de metro de Carpetana (línea 6) es, desde el pasado lunes, un museo paleontológico abierto a los usuarios del ferrocarril metropolitano. Como tal fue inaugurado el lunes por Ignacio González, vicepresidente del Gobierno regional y titular de la Consejería de Cultura, departamento que ha supervisado el insólito descubrimiento que en aquélla se expone.
Nadie podría imaginar que la instalación de un ascensor de viajeros en la estación pudiera permitir un hallazgo arqueológico de la importancia y envergadura del allí encontrado, depositado tras siglos de sedimentaciones y arrastres. A partir de los ocho metros de profundidad y hasta los 22 metros, operarios de la constructora Sacyr -receptora de la encomienda de Metro para realizar las obras- comenzaron a hallar en esa porción del subsuelo madrileño desde marzo de 2008 hasta 15.000 restos de fósiles con 14 millones de años. Así lo explica Juan Antonio Márquez, coordinador de las obras por parte de Metro.
La excavación arqueológica ha sido dirigida por el arqueólogo David Sancho. Su colega y colaboradora Elena Nicolás señala que la importancia del descubrimiento reside en su extraordinaria riqueza, que da cuenta de la diversidad existente en aquella etapa del mioceno medio. Las excavaciones, en dos focos, fueron seguidas con interés por vecinos del barrio. Las obras, cuya duración se previó inicialmente en 10 meses, se han prolongado hasta los 26 y culminan ahora con la musealización del hallazgo.
Los fósiles encontrados componían una singularísima plétora de vestigios de seres vivos petrificados, entre los que destacaban los procedentes de un mastodonte, de cuatro metros de altura, con cuatro defensas, dos curvas, de marfil, y dos planas inferiores, juntas y planas; los del oso-perro, de temible mandíbula, con 300 kilos de peso; su congénere el feroz oso-lobo; además de pumas, rinocerontes, jabalíes, antílopes, ginetas, pequeños caballos con pezuñas de tres dedos, tortugas de una tonelada de peso y grandes predadores, como el temible Amphicyon giganteus, que los acosaba a casi todos ellos.
Tal repertorio, al que hay que añadir valiosos pólenes de especies arbóreas como laureles y hayas, ilustra la riqueza paleontológica del subsuelo madrileño, más precisamente la generada durante la época miocénica media, de la que ya afloraron vestigios en las obras de O'Donnell, en Paracuellos, Barajas y Alhambra, según explica Jorge Morales, del Museo Nacional de Ciencias Naturales y director de la excavación del Cerro de Batallones.
Para dar cuenta de la valía de este elenco de fósiles hallados durante las obras, el vestíbulo de la estación madrileña muestra en una gran vitrina la reproducción en resina de la impresionante mandíbula del mastodonte Gomphoterium angustidens, con molares del tamaño del puño de un hombre maduro, y otra de su formidable colmillo superior.
Prosigue la exposición con un relato dibujado sobre la pared que muestra una descripción de esta fauna fósil en dibujos, y se completa el recorrido en una sala con un panel de dos metros de altura por cinco de longitud con fotomontajes sobre cómo era la región madrileña hace 14 millones de años: una suerte de paraíso terrenal de los animales desplegado en una sabana con praderas y tierras encharcadas, ricas en fauna y flora.
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