A sus 87 años y tras publicar la biografía de un personaje central del primer tercio del siglo XX español, Juan Negrín. Médico, socialista y jefe de gobierno de la II República (Crítica), Gabriel Jackson da por concluida su labor investigadora. Una dolencia ocular no le permite leer más de dos horas, “y con ese tiempo, usted comprenderá que es imposible realizar ninguna investigación. Me dedicaré a mis artículos”.
Gabriel Jackson, estadounidense nacido en Nueva York en 1921 y que vive en Barcelona desde que se jubiló como profesor, es un historiador e hispanista de referencia por lo que hace al periodo de la Segunda República y la Guerra Civil, que acaba de publicar, con mucho esfuerzo y una labor de seis años, un apasionante relato sobre Negrín que constituye, además de una interesante y amena lección de historia, una aportación básica contra la leyenda negra que denigró a aquella figura del socialismo español. Hasta el punto de que Jackson no duda en afirmar que “si los británicos hubiesen tenido la mitad de la sabiduría de Negrín, se hubieran evitado la Segunda Guerra Mundial”.
¿Por qué?
Porque fue él quien mejor comprendió la verdadera amenaza del fascismo. Negrín no pensaba que la guerra fuera entre capitalismo y comunismo, sino que razonaba con argumentos de peso que Hitler no se habría atrevido a iniciar su política expansionista si hubiera existido un pacto, la llamada seguridad colectiva, entre las democracias occidentales y la Unión Soviética. Sabía que Stalin necesitaba de unos años de paz y no tenía ninguna intención de invadir Europa. Ese pacto hubiera frenado al nazismo, que no se hubiera atrevido a luchar en dos frentes a la vez como, al final, tuvo que hacer. Y el primer paso de ese pacto era, según Negrín, derrotar al fascismo en España. De ahí su filosofía de que resistir era ganar, a la espera de que los aliados se convencieran de que el objetivo de Hitler era, precisamente, el de destruir la democracia.
¿Cuál es el origen de la leyenda negra sobre Negrín?
La derecha la construyó sobre la base del oro de Moscú, trasladado cuando él era ministro de Hacienda. Y la izquierda, y en especial sus propios correligionarios socialistas, la secundaron por las graves discrepancias entre ellos y porque Negrín era, sin duda, el más educado, en sentido europeo, que conocía y hablaba varios idiomas, y el que sabía interpretar mejor la realidad. Además, aquel hombre al que le gustaba comer y gozar de la vida tenía en su haber como fisiólogo unos logros educativos y científicos que le igualaban a sus mejores coetáneos. Negrín ha sido readmitido en la conciencia española tras medio siglo de oprobio y silencio.
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¿Cuál es su opinión acerca del debate sobre memoria e historia que España vive en la actualidad?
No es bueno confundir memoria e historia. Esta se basa en el esfuerzo y la crítica documental para establecer un denominador común que se aproxime a la verdad. La memoria, por otra parte, es personal y sentimental. Después de 70 años durante los cuales se ha sufrido una terrible guerra civil, una larga dictadura y una transición a la democracia basada en el pacto, en el consenso, es comprensible que haya quien pida una revisión. Es políticamente comprensible y democráticamente razonable porque, además, los nietos han perdido el miedo que atenazó a sus abuelos y a sus padres. Y ahora cuestionan aquellos silencios.
¿Cuál cree que debe ser el papel de la política en este debate?
Los políticos son los que tienen que abrir, en sentido posibilista, el debate sobre el pasado. Un debate que España todavía no ha hecho por lo que se ha dicho más arriba, y ese silencio es la causa de la excitación y del resentimiento actual. Además, es cierto que los vencedores honraron a los suyos, y eso causa amargura. A mí me produce mucha impresión leer en internet insultos hacia mi persona, en tanto que historiador que cuenta lo que honestamente documenta que ocurrió. Y me insultan no por lo que escribo, sino porque lo escribo. La verdad es que llegar a un consenso en estas condiciones se me ocurre que es difícil.
¿Qué piensa acerca de la iniciativa fracasada de Garzón?
Hasta cierto punto es comprensible que un juez que ha sido tan elogiado en el mundo por sus iniciativas respecto de Chile y Argentina quiera hacer algo así en España y con respecto a la dictadura. Pero insisto en que el problema es que la sociedad, y el Gobierno, no han cerrado el debate sobre el pasado. Por eso la gente ha acudido a la justicia. Pero, claro, la justicia en España también es un asunto complicado porque está muy politizada, como lo demuestra el hecho incomprensible de que haya sido tan difícil la sustitución de jueces que habían terminado su mandato. Es cierto que los intentos por dominar la justicia en todo el mundo, incluido EE.UU., está a la orden del día. Pero el conflicto entre la política y la justicia no llega a los niveles de España. Pero lo importante es abrir el debate y que cada parte asuma sus responsabilidades. La derecha y la izquierda. Sólo así se podrá terminar con las tensiones.
Entrevista completa en La Vanguardia
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