El pasado 7 de julio es una fecha que nunca olvidará el equipo de arqueólogos que buscaba los restos de los doce fusilados en el campo de Agüero. "Estábamos excavando con medios mecánicos y de repente golpeamos restos óseos de un brazo", recuerda Javier Navarro, director de la investigación. El equipo de arqueólogos lanzó un grito unánime de alegría. Y no era para menos. La búsqueda de las tres fosas en que fueron enterrados el alcalde, un concejal y diez vecinos más de Murillo de Gállego había empezado siete meses antes, en diciembre del 2006. Y en todo ese tiempo no habían encontrado ningún resto, pese a que habían sondeado exhaustivamente el campo, de media hectárea de extensión. Tampoco habían resultado de utilidad las indicaciones de los familiares de los fallecidos, que creían saber dónde estaban enterrados sus seres queridos pero daban informaciones contradictorias.
Ni siquiera el propietario del campo, Ernesto Palacios, supo aportar datos sobre su ubicación exacta. Y eso que, durante varios años, su padre evitó cultivar la zona del campo donde se hallaban las fosas.
BOTONES DE CAMISA Al comienzo de la búsqueda, los arqueólogos se valieron de un georadar. Pero el aparato, que debía detectar anomalías en el terreno, no sirvió para nada. Entonces se optó por realizar excavaciones manuales, con herramientas propias del trabajo de campo en arqueología. "El resultado fue igualmente negativo", resume Navarro.
De ahí que, finalmente, decidieran recurrir a medios mecánicos para desenterrar los primeros restos. Con la aparición de un húmero y de una falange fue menos complicado desenterrar un tórax en cuyo esternón estaban adheridos los botones de una camisa. Estos objetos personales, al igual que hebillas y tacones de zapatos, fueron remitidos a una especialista para su restauración. También se localizaron una bala y varios casquillos, "una munición que reveló que las armas utilizadas en los fusilamientos fueron fusiles Mauser 7x57 de fabricación española", según el arqueólogo Miguel Ángel Zapater.
La segunda fosa fue hallada varios días después del primer hallazgo, mientras que la tercera y última zanja, en la que aún se trabaja, apareció el 21 de agosto. A medida que eran descubiertos, los esqueletos se enviaban para su estudio al antropólogo José Ignacio Lorenzo Lizalde, que determinará las características de cada uno de ellos. Los descendientes de los fusilados no desean que se realice una identificación individual, por lo que no será necesario practicar la prueba del ADN.
"Ha sido una excavación muy especial en la que los sentimientos se han mezclado con el rigor metodológico", afirma Navarro. "Estos muertos, a diferencia de los que aparecen en excavaciones de restos de la antigüedad, tienen nombre y apellidos, y además sus familiares observaban angustiados nuestro trabajo en todo momento".
Noticia completa El Periódico de AragónYa hablamos de esta excavación el día 26 de julio
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