No porta sombrero de ala, ni látigo al cinto, ni se bate el cobre en busca del arca perdida por Oriente Medio. Pero este arqueólogo de habla pausada, amante hiperbólico de esta ciudad histórica, está convencido de que debajo de nuestros pies yacen enigmas fascinantes. «No sabemos ni siquiera una décima parte. Esto es algo que los cordobeses no acaban de entender. Córdoba ha sido grande. Lo digo enfáticamente. Es una de las ciudades más importantes del mundo. Y sabemos muy poco sobre ella. Porque se ha destrozado mucho. Este es uno de los grandes pecados de esta ciudad y seremos terriblemente juzgados en el futuro». Con tesoros tan excitantes por descubrir a sólo un palmo de nuestras narices, no es extraño que este catedrático laborioso y disciplinado no haya necesitado emular las hazañas de Indiana Jones. Obvia decirlo.
-¿Y ha sufrido usted mucho?
-Sufro a diario. Me duele la ciudad. Creo tanto en ella, la quiero tanto y siento que sería tan fácil convertirla en el referente patrimonial más importante de Occidente tras Roma que no soy capaz de entender cómo no se hace.
Quien proclama tan despiadada sentencia es uno de los máximos expertos de la Corduba romana e investigador incansable de la capital de la Bética. Paradójicamente no nació en Córdoba. Desiderio Vaquerizo (Herrera del Duque, Badajoz, 1959) pisó esta tierra por primera vez cuando tenía 13 años. Lo hizo para ingresar en la Universidad Laboral y ya no la abandonaría jamás. Tuvo una infancia genuinamente rural en un pueblo extraordinariamente aislado de la serranía extremeña, sin agua corriente ni necesidades básicas. De aquellos años, recuerda el aire limpio y las tardes en que iba con su abuelo a trillar a la era. «Esa vida ya ha desaparecido. Y es una pena».
Su voluntad fue estudiar historia contemporánea, pero en quinto de carrera, al borde ya de la licenciatura, dio un giro inesperado a sus estudios, influido decisivamente por María Dolores Asquerino, y se decidió por la historia antigua. «Me hizo ver que en el estudio del pasado están las claves de nosotros mismos»
-¿No se ha arrepentido nunca de ese vuelco?
-Jamás. A mí no se me ha regalado nada. Llegué a Córdoba con 13 años y sin conocer a nadie.
Todo me ha costado mucho esfuerzo y me he hecho a mí mismo.
Todo me ha costado mucho esfuerzo y me he hecho a mí mismo.
Se considera docente vocacional, de raza, como él prefiere subrayar. Quizás por eso se muestra absolutamente crítico con los derroteros de la enseñanza en los últimos años. «Se ha observado un deterioro extraordinario de la calidad del alumnado a partir de la Logse. Es un problema que España va a arrastrar durante generaciones. La Ley ha facilitado una forma de hacer: la promoción automática, el todo vale, el no importa que sepa. Los alumnos no son capaces de construir una frase de más de cinco palabras». Él, en cambio, fue un estudiante disciplinado y muy responsable.
-Eso asusta.
-Pero es verdad. A veces, te sientes un poco esclavo de esos conceptos, en un mundo en que la disciplina, la responsabilidad, el sentido del deber o el compañerismo han perdido su esencia. Para mí, siguen siendo vitales.
-¿Y dónde se aprende más: en el aula o en la calle?
-El aprendizaje que se fija antes y pasa a formar parte de la cal de tus huesos, ése lo da la calle. Soy consciente del regalo de vivir y procuro abrir los cinco sentidos cada día. La crisis que vivimos, más que económica, es de valores.
-¿Qué valores teme que se pierdan?
-Ya se han perdido: el sentido de la disciplina, la cultura del esfuerzo. El modelo es el Gran Hermano: llegar rápido y sin formarse. Hay que hacer un reajuste cultural terrible.
-La humanidad ha vivido continuas crisis.
-Indudablemente. Pero fíjese a los romanos qué les pasó. Hay quien ve un paralelismo enorme con nuestros días. Hemos desarrollado el Estado del bienestar al máximo, como hicieron los romanos en el siglo II. Luego vino la crisis del siglo III. Es probable que nosotros estemos iniciando la cuesta abajo.
-¿No le sedujeron más los griegos que los romanos?
-Los griegos son mi amor platónico. Los romanos, mi amor real. Es difícil mantener relaciones virtuales a 2.000 kilómetros y aquí no tenemos nada griego.
-¿Le caen bien los romanos? Parece gente poco preocupada por el espíritu y sí mucho por el poder.
-Había de todo. Hubo pensadores, pero es verdad que es una cultura muy pragmática. Eso no es malo, siempre que se mantenga dentro de un orden. Eso sí: siempre acaba descomponiéndose.
-¿Qué ha aprendido entre piedras?
-Lo primero a conocerme a mí mismo: mis límites y mis capacidades. Segundo: a conocer al ser humano. La arqueología me ha dado lo mejor y lo peor. No sólo la grandeza de tener contacto directo con generaciones anteriores, sino la amistad de mucha gente a la que admiro. También ver un mundo mezquino e insolidario.
-¿Detrás de un arqueólogo siempre hay un romántico?
-Quiero creer que sí. Cogí arqueología por ese deslumbramiento de estar en contacto con la vida de otros, sin afán de cotilleos. Pero desde 1985 la arqueología urbana ha movido muchísimo dinero y se ha dedicado a esto gente sin vocación y sin sentido de la ética. Mucho mercenario, que ahora se está depurando.
Cuestión de carácter
-¿Si ve un constructor sale corriendo?
-En absoluto. Son mucho menos culpables de lo que se quiere hacer ver. La función de las administraciones es hacerles la vida más fácil. La culpa es de todos aquellos que no les hemos sabido transmitir las potencialidades del patrimonio y de aquellos que no les han facilitado la vida.
-¿Por qué le ha seducido más el pasado que el futuro? ¿No será usted un antiguo, no?
-Será por el carácter. En el pasado están las grandes fuentes del conocimiento. Todo lo que aprendes en la vida ya está inventado: solo hay que saber mirar. El mundo es hermoso porque el hombre lo ha habitado y lo ha transformado. Yo soy un admirador del ser humano y su obra.
-¿Todavía llora por el yacimiento de Cercadillas?
-Uno aprende con el tiempo a cerrar los ojos. Ha sido uno de los grandes traumas y aberraciones. Lloro mucho más pensando que Cercadillas se repite a diario.
-No hay yacimientos tan importantes como aquél.
-No lo sabemos. El yacimiento más importante es Córdoba. Y Córdoba se sigue destruyendo a día de hoy.
-Por cierto, ¿ha visto alguna película de enredo tan divertida como ésta del caso Colecor?
-Y tantas otras cosas. Si te paras a pensar en lo que ocurre en muchos ayuntamientos da náuseas. Han desaparecido los políticos vocacionales.
-¿Su olfato de arqueólogo le dice que algún día veremos el Palacio del Sur?
-Como ciudadano quiero creer que alguna vez dispondremos de él porque esta ciudad lo necesita.
-¿Todo un catedrático como usted sabe ya qué es la vida?
-No. Ser catedrático no tiene nada que ver con saber lo que es la vida. Te acerca quizás con mayor cautela. Pero no me preocupa. Espero seguir aprendiéndolo hasta el día en que me muera.
-¿Ha cambiado mucho el ser humano en 2.000 años?
-En absoluto. Han cambiado los medios técnicos que nos rodean. Disponemos de electricidad, de acero, de electrónica. Las pasiones siguen siendo lo mismo de bajas y de altas. Nuestros miedos siguen siendo los mismos. Y nuestras ambiciones.
-Y especuladores ha habido siempre, ¿no?
-Siempre. En la vida y en la muerte. La especulación va con el ser humano. Hoy aquel que no especula, no prevarica o no ejerce nepotismo, es considerado tonto.
-¿Qué dirán los arqueólogos de nosotros?
-Sospecho que les llamará la atención que vayamos vestidos como un americano. O que utilicemos Appel o Toshiba como en Japón. Con Córdoba, eso sí, serán demoledores.
-¿Hay valores eternos?
-Aquellos que van con el ser humano. La bondad y la maldad son valores inmutables.
Entrevista completa en ABC
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