Publicado en El Correo de Andalucía
Felipe Villegas
El Patio de Banderas es la zona cero de Sevilla, donde se forjó la fenicia Spal, la romana Híspalis, la Isbiliya islámica y la Sevilla cristiana. El Patronato del Real Alcázar ha iniciado una investigación arqueológica en profundidad que, tras su primer mes, ha desvelado sus primeros resultados: restos de un barrio taifa del siglo XI.
Los trabajos no han hecho, como quien dice, nada más que empezar, pero el enclave es tan fértil en historia que, a poco que se excave, surgen los restos, el pasado. En busca del más remoto va el equipo multidisciplinar configurado por el arqueólogo Miguel Ángel Tabales, uno de los de mayor solvencia y prestigio que operan en la ciudad, lo que le ha valido ser algo así como el arqueólogo de cabecera del Patronato del Real Alcázar.
Y es que este organismo autónomo que dirige el alcaide Antonio Rodríguez Galindo es el que está promoviendo las referidas excavaciones, que nada tienen que ver con la gran mayoría de las que se han hecho o hacen –ahora menos, por la crisis– al abrigo de tanta obra de nueva planta con garaje subterráneo en zona patrimonialmente sensible incluido.
“En la excavación del Patio de Banderas no estamos en la Encarnación, ni en tantas obras donde los promotores privados apremian a los arqueólogos para que se vayan lo antes posible. El Patronato del Alcázar, cuando se embarca en un sondeo, lo hace para investigar, sin prisas, con previsión, planificación y con cuantos medios sean precisos para poder extraer los mejores resultados posibles”, explica Galindo a pie de obra.
Junto a él están el director del Alcázar, Antonio Balón, los arquitectos que han redactado el avance del Plan Especial de Protección del Alcázar y sus alrededores, Vicente Llanos y Rafael Bermudo, y, cómo no, el arqueólogo Miguel Ángel Tabales, que está más que ilusionado en los hallazgos que se están empezando a producir.
Los primeros ya han hecho acto de presencia. Hace poco menos de un mes comenzaron los trabajos con un corte de 80 metros cuadrados –en la segunda fase, se abrirán otros 80 pero en sentido perpendicular– y ha quedado de manifiesto que la visión que se tiene hoy en día del Patio de Banderas no resiste el paso del tiempo, es decir, que tendrá a lo sumo tres cuartos de siglo de pervivencia, no más. “Hemos hallado, a ras de albero, una sucesión de los pavimentos anteriores que lució el lugar, el primero de los cuales era de cerámica Pickman de finales del XIX o principios del XX. A partir de éste, hubo varias reformas y suelos nuevos, todos por lo general de poca monta, hasta que el lugar se adecentó para la Expo Iberoamericana del 29 configurando, en buena medida, el patio tal cual lo conocemos hoy en día”, describe Tabales.
Todos esos niveles se condensan en unos escasos 50 centíemtros de profundidad a ras de albero. Bajo ellos, lo que hay es historia: restos islámicos primero almohades (siglo XIII) y, bajo éstos o entre éstos, los correspondientes a un barrio taifa, es decir, del siglo XI. Se trata de muros correspondientes a varias casas taifas y los vestigios de una calle que las delimita.
Un arrabal ‘expropiado’. Este primer hallazgo de relevancia en el sondeo es curioso porque documenta un urbanismo totalmente distinto al que consolidarían de forma tan potente los almohades cuando ampliaron los dominios del Alcázar, dotándolos de la muralla que hoy separa la plaza del Triunfo del conjunto palatino. Para ello, todo ese barrio taifa fue demolido hasta niveles de cimentación, justo los que ahora han aflorado dejando a la vista estructuras curiosas como las de las letrinas, conectadas a pozos individuales bajo las calles y que, por su abundancia, sugieren que uno de los edificios localizados en el corte practicado tuviera “carácter público”.
Los almohades, como acredita también la excavación, reurbanizaron a fondo la zona dotándola de una red de alcantarillado acorde con el gran centro de poder que era el Alcázar en el siglo XIII, con sus 17 hectáreas de terreno amurallado, ajardinado y refinadamente decoradas, “una extensión superior a la de muchas ciudades –recuerda Tabales– que nos aporta mucha información sobre la historia de Sevilla y su Alcázar”.
Empieza la emoción. Todo es relevante en arqueología, y aunque por lo general el gran público prácticamente sólo se pone ojiplático cuando se le habla o ve restos romanos de empaque, lo cierto es que también para los arqueólogos la emoción empieza ahora, cuando, tras analizar y documentar los restos islámicos, los levanten para acceder a los niveles inferiores, correspondientes al mundo tardorromano. De hecho, éste ya ha hecho acto de presencia en un punto del sondeo, dejando a la vista restos de muros romanos medio destruidos “que son vinculables a la posible basílica paleocristiana excavada por Bendala en 1974 a escasos metros de la excavación”, apunta Tabales.
Lo que se pretende con la excavación en marcha, que en principio durará unos tres meses, es agotar todo los registros con huella humana del lugar. Y si las sospechas de los arqueólogos son ciertas, habrá mucho que contar por una sencilla razón: el enclave no es uno cualquiera, “sino que fue el límite meridional de la ciudad durante al menos 2.000 años”, un punto bañado por el Tagarete por un extremo y por el Guadalquivir por otro en el que se cree que se condensa el origen de Sevilla. “Trabajamos con la hipótesis –sostiene Tabales– de que podremos localizar restos de hasta el siglo VIII a.C., es decir, del periodo del Bronce final, a unos 3 o 3,5 metros de profundidad”.
Se trataría del primer asentamiento protohistórico de Spal, que era el nombre que los fenicios le dieron a esta tierra cuando la alcanzaron y se mezclaron con su población autóctona –los tartesios–. Y también se trataría de la primera excavación que aportase, de confirmarse las expectativas, algo más que un puñado de cerámicas de ese siglo VIII a.C., lo único documentado en la capital hasta la fecha. Para salir de dudas, no obstante, toca esperar, aunque no demasiado. El Alcázar lo tiene todo para marcar un antes y un después tras esta excavación.
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