Publicado en La Opinión de La Coruña
Ana Rodríguez
Hallar alguno de los castros que hay en la comarca coruñesa requeriría uno de aquellos mapas que tenían los piratas para encontrar tesoros. Señalizados, pocos. Excavados, casi ninguno. Y todos, deteriorados por la mano del hombre, su querencia por levantar casas y por años de desprotección. Arqueólogos conocedores de esta realidad analizan la situación de los poblados prehistóricos del área metropolitana, abundantes gracias a la influencia costera y la calidad de la tierra, que hizo que los primeros pobladores escogieran Artabria para asentarse. Algunos concellos apuestan por su recuperación y otros abandonan las fortificaciones a su suerte.
Uno o dos castros por cada parroquia actual. Casi nada. En la Edad del Hierro no se conocía el boom urbanístico ni las burbujas inmobiliarias pero la situación costera y la calidad de las tierras convirtieron a la comarca en el lugar elegido para establecerse por los primeros coruñeses con domicilio propio. El área metropolitana disfruta de una alta densidad de yacimientos castreños, casi un centenar catalogados entre la ciudad y sus concellos colindantes. Eso sí, se esconden, se pierden, se mueren entre maleza, casas, cultivos. Muy pocos están excavados y prácticamente ninguno señalizado. Durante muchos años fueron territorio comanche para los expoliadores. La presión agrícola y edificatoria, la mano del hombre, ha puesto en peligro de extinción el patrimonio arqueológico más antiguo que posee la comarca.
Los castros son unidades poblacionales de la Edad del Hierro, aunque su cronología es "algo difusa", según explican Ignacio Crespo y David Fernández, de la empresa Argos. "Algunos castros estuvieron ocupados hasta la Alta Edad Media, hasta los siglos VI y VII, como el de Neixón, en la ría de Arousa", observan, "muchos están romanizados y suelen tener cronologías romanas".
El arqueólogo Antón Malde, uno de los grandes expertos en la cultura castrexa en la comarca, afirma que los núcleos corresponden a las primeras sociedades que van a a tener un asentamiento permanente y que en A Coruña proliferan sobremanera gracias a su ubicación. "Toda la comarca está influenciada por el mar, con tierra buena para soportar la carga de trabajo de un pueblo que se va a dedicar fundamentalmente a la agricultura", añade. Los valles del Mero estaban muy habitados en el cambio de era, debido a la riqueza agrícola, ganadera, minera -había oro, hierro y estaño- y a las condiciones portuarias. Levantaron recintos fortificados simples, no muy grandes y sin obras defensivas importantes. "Las murallas servían más para delimitar el espacio urbano que para situaciones de verdadero conflicto bélico", comenta otro arqueólogo, Juan Naveiro. Subraya el historiador Felipe Senén que el castro no era sólo la corona de lo alto del monte, sino toda la infraestructura, que se iría modernizando con el paso de los siglos, hasta la base de la montaña.
Y llegó el tiempo del abandono y el expolio, aquel tiempo en el que, por ejemplo, muchas mámoas se convirtieron en lareiras. Planes urbanísticos, carreteras, concentraciones parcelarias, especulación y, sobre todo ello, el olvido institucional inconsciente o consciente. Ubicados en la costa, en un monte o en una cantera, el director del Museo Arqueológico de Cambre, Ramón Boga, constata que la mayoría de los castros están en manos privadas y que durante muchos años se integraban en cultivos o plantaciones de árboles. "En Cambre, como en otros concellos, en los años ochenta desaparecieron las vacas y se hicieron muchos despropósitos", recuerda, "pero parece que nunca pasa nada, no hay denuncias".
Protegidos y desprotegidos
Los arqueólogos consultados hablan de un cambio en la situación a partir de las legislaciones de patrimonio del Estado central y del autonómico. "No todos los ayuntamientos pueden invertir dinero para excavar, pero es importante protegerlos", insiste Boga.
El director del proyecto Artabria y del Castillo de San Antón, Xosé María Bello, cree que "de diez años a esta parte" sí hay "preocupación" de los concellos. En los planes y normas urbanísticas vigentes están catalogados los bienes patrimoniales de cada municipio, que convierten a los castros en lugares protegidos, aunque estén en manos privadas.
Antón Malde señala que, "por suerte", los castros de la comarca están casi todos catalogados "a través de los planes urbanísticos de cada concello". Suerte porque un castro no catalogado "tendría una protección dudosa desde el punto de vista legal". Gracias a esto está prohibido realizar cualquier tipo de obras sobre ellos, así como movimientos de tierra y talado de árboles sin permiso ni control.
Pero de la ley a la realidad hay un gran trecho y los arqueólogos y los amantes de la cultura castrexa advierten de casos sangrantes de destrucción. La Asociación cultural Monte da Estrela habla, por ejemplo, del castro arteixán de Rañobre, dividido por una carretera local que une el lugar con Suevos, "amenazado por las expropiaciones del puerto exterior" y, añade, por una senda peatonal que prevé realizar el ayuntamiento "como una supuesta medida de recuperación" de la zona.
Hay que bucear entre maleza para encontrar el castro de A Pastoriza, uno de los más grandes de la provincia, próximo al santuario que, según recoge la asociación, podría ser una cristianización del asentamiento castrexo anterior y de ciertas manifestaciones religiosas paganas.
Más cruces y más caras
"La romería nació en 1887 con el nombre da Virxe do Castro", cuenta Verónica Blanco, portavoz del colectivo preocupado por el patrimonio de su concello, que lamenta que ni uno de los 25 poblados del término municipal de Arteixo esté, ni siquiera, señalizado.
"Fue exhumado en buena parte sin criterio arqueológico alguno y también en buena parte destruido por los devastadores detectores de metales", señala Juan Naveiro. Las máquinas excavadoras fueron las encargadas de destrozar el asentamiento de Larín, también en el municipio de Arteixo.
Tanto el director del Museo Arqueológico de Cambre, Ramón Boga, y Antón Malde denuncian el estado del castro de Pravio, en Cambre, que se ha convertido en un vertedero de tierras que están enterrando sus muros y sobre el que ya hay una denuncia presentada contra la situación.
Ya en la propia catalogación realizada por el Ayuntamiento de Cambre dentro de sus normativas urbanísticas vigentes se advierte de la situación de destrucción y presión urbanística. "Este castro, de indudable valor paisajístico, está siendo destruido por construcciones de muy mala calidad estética [chalés] en sus laderas", describen los redactores del inventario, que ven "necesario frenar este proceso de deterioro".
Además de reprochar las cruces, los especialistas aplauden las caras. Ramón Boga nombra un castro "espectacular" en Sigrás (Cambre) que, por desgracia, no es accesible para el público por hallarse dentro de la finca del pazo de Sobrecarreira. Está cuidado y cuenta con un excelente arbolado de especies autóctonas, como carballos de trescientos años de antigüedad. Además, si esta vegetación no existiese, la vista sería espectacular, como lo es el paisaje que se vislumbra desde el poblado sadense de la punta de San Amede, integrado en una ruta de la Federación Galega de Montañismo y que, según comenta Antón Malde, debe su buena conservación a su ubicación y a la escasa presión agrícola y constructiva del lugar.
En Sada también se encuentra el núcleo de Meirás, en los montes de O Cercado, donde se observan perfectamente las terrazas típicas de estas construcciones. Es posible que el asentamiento diese lugar a la parroquia de San Martiño de Meirás, ya que en el lugar, excavado en los años cincuenta y en los años setenta, se localizó un ara en perfecto estado.
En una operación urbanística, Oleiros se hizo con el castro de Xaz y su carballeira cercana, destacado por la singularidad de los materiales con los que fue construido. Boga destaca la conservación de muchos de los asentamientos castrexos de Oleiros, como Punta Roza -una modesta versión de Baroña-, Subiña, Torrella y Montrove.
Antón Malde subraya también dos de los castros de Carral, el de As Travesas -"muy conocido y el de mayor tamaño de toda la provincia"- y el de Tabeaio, que compró el concello. Lo limpió de maleza y lo adecentó para aprovechar su entorno y convertirlo en un bello lugar de esparcimiento.
La torreta que salvó a Elviña
Antón Malde aplaude la "puesta en valor" del castro urbano de Elviña aunque recuerda que "en tiempos no se libró de una torreta de alta tensión". "Es una agresión, pero también fue un factor de conservación", advierte el arqueólogo, ya que la normativa impedía construir a 25 metros del poste cuando no existía ninguna ley de protección del patrimonio, ni estatal ni autonómica.
Entiende que, con el ritmo constructivo en el término municipal, igual la historia de estas cuatro hectáreas de patrimonio cultural hubiese sido otra y hoy no existiese un proyecto Artabria, redefinido como Elviña. Horizonte 2012, que permitiese excavar, proteger y recuperar el lugar donde quisieron vivir los primeros pobladores coruñeses, hoy sitiado por la Universidad, el centro comercial, el recinto ferial...
En estos momentos, un equipo de quince personas trabaja en una parte de la última muralla que rodea el enclave, del que se puede disfrutar en visitas guiadas todas las semanas. De octubre a junio los recorridos son los domingos a las doce del mediodía. Es un servicio gratuito y sin inscripción previa.
Un monitor recibe a los turistas que se acerquen al lugar y los acompaña en la visita explicando el yacimiento protohistórico, escenario de momentos clave en la historia de la ciudad.
Un hermano pequeño y menos conocido o más ignorado es el castro de Nostián, ubicado al lado de donde se celebra la fiesta anual del núcleo coruñés. Es otro ejemplo de ciudadela invadida, en este caso, por la refinería y la planta de residuos. El yacimiento tiene 7.000 metros cuadrados de recinto interior y un círculo exterior de 8.000. Un equipo de los arqueólogos que trabajaban en el castro de Elviña a principios de la década se encargó de limpiar las construcciones, comidas por las zarzas y la maleza, y "recrecer" los muros, limpiarlos, fijarlos y hacerlos más visibles. Se trata de un asentamiento modesto pegado a la planta de tratamiento de residuos. En muchos países, las fábricas incorporan asentamientos como elemento paisajístico. No es el caso. Además de los dos asentamientos, los historiadores Ignacio Crespo y David Fernández señalan que los topónimos de Os Castros y O Castrillón aluden a un asentamiento común, además de establecer la hipótesis de que el terreno que hoy es la Ciudad Vieja también pudo albergar otro núcleo fortificado.
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