14 agosto 2008

Descubriendo Irulegi

Publicado en Diario Vasco
Miren Imaz

Muy cerca de Pamplona, el Valle de Aranguren agrupa a pueblos que se han ido convirtiendo en los últimos años en extensiones de la capital navarra -véase Mutilva Alta y Mutilva Baja- y a diminutas localidades como Laquidáin o Ilundáin que o no llegan o apenas rebasan los diez habitantes. Si bien la totalidad de los pueblos que forman el municipio -a los anteriores hay que sumar Labiano, el deshabitado Góngora, Zolina, Tajonar y Aranguren- no llegan a los 7.000 habitantes, el Valle de Aranguren tiene una importancia histórica que no guarda relación con la densidad demográfica pasada, presente o futura.

Y ese pasado es el que están sacando a la luz desde hace una semana arqueólogos de la Sociedad de Ciencias Aranzadi, que cuentan con la colaboración de un grupo de jóvenes de distintas nacionalidades en una fórmula propia de la estación veraniega: la combinación de las campañas de excavación de los profesionales y los campos de trabajo.

Una caja de sorpresas
La primera toma de contacto de Aranzadi con Irulegi se produjo el pasado año como consecuencia de una fructífera coincidencia. A un equipo de la Sociedad de Ciencias que estaba realizando estudios sobre la población le tocó, en su recorrido por Navarra, ocuparse del Valle, y el Ayuntamiento del Valle recurrió a Aranzadi a fin de solicitar su colaboración en la recuperación, consolidación y puesta en valor de un castillo cuya existencia estaba sobradamente documentada pero del que apenas quedaban a la vista más vestigios que unas cuantas ruinas en lo alto de una loma. Una cima de 893 metros de altura, conocida como la peña de Laquidáin, que desde el nacimiento del Reino de Navarra, en el siglo X, hasta los turbulentos tiempos del siglo XV, que fueron la antesala de su desaparición, estuvo coronada por una fortaleza, presumiblemente integrada en el sistema defensivo de Pamplona.

Maider Carrere, la arqueóloga que dirige la excavación, asegura que Irulegi es «una caja de sorpresas». Cuando el año pasado, a instancias del Ayuntamiento del Valle de Aranguren -que por el momento es la única institución que financia la excavación-, emprendieron la primera campaña, el enclave proporcionó la primera sorpresa, y no fue una sorpresa menor: además de los restos propios del castillo, bajo tierra esperaban los vestigios de lo que parecía un castro de la Edad de Hierro. Y el promontorio de Irulegi se convirtió en un yacimiento global debido al amplio arco cronológico que abarca, en el que se está trabajando con una perspectiva también integral. «Tanto en la Edad de Hierro como en la Edad Media -afirma Carrere- los intereses de los pobladores sobre el territorio eran similares: buscar espacios son recursos suficientes para vivir y con puntos que, por su posición, permitieran controlar el entorno». Desde ambos puntos de vista, Irulegi era más que idóneo, y una de las hipótesis de trabajo del equipo se centra en buscar una continuidad en la historia del Valle y sus pobladores; ver si, donde por el momento hay siglos de vacío, se puede encontrar un período de transición que convierta a Irulegi en un hito en el Valle e, incluso, en uno de los enclaves que articuló el poblamiento en la cuenca de Pamplona. Y ver cómo vivían aquellas gentes.

Como reconoce Maider Carrere, «al contrario de lo que ocurre con Amaiur, en el que por su valor simbólico todos tienen puesta la mirada, el de Irulegi no es un castillo muy conocido, pero casi todos los días encontramos cosas muy interesantes: un pavimento precioso, nuevas estancias...» Porque Irulegi -probablemente construido en el siglo X pese a que los vestigios que se han hallado hasta ahora son posteriores- no era una lujosa residencia medieval, pero tampoco era una simple torre de vigilancia, sino un castillo «con capilla, con bodega, con unas torres circulares muy bonitas que miran a Pamplona...».

Irulegi, en cuya recuperación están participando activamente los vecinos del Valle -«en cuanto se llama a auzolan acuden, hay que destacar su esfuerzo»- requerirá muchos años de trabajo para que, de entre las ruinas, emerja un capítulo previsiblemente muy amplio de la historia de Navarra. Un trabajo que «sería más intensivo si alguna otra institución se sumara al impulso que está dando en solitario el Ayuntamiento del Valle».

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