Laura Fernández Palomo
Entrevista a José de León, arqueólogo.
“Un torrente de lava se precipitó sobre Timanfaya, sobre Rodeo y sobre una parte de Mancha Blanca.” Es un fragmento del manuscrito del cura Párroco de Yaiza, Don Andrés Lorenzo Curbelo, sobre las erupciones de 1730. “La lava se extendió sobre los lugares hacia el Norte, al principio con tanta rapidez como el agua, pero bien pronto su velocidad se aminoró y no corría más que como la miel”, hasta pararse como se paró el tiempo de todo lo que dejó sepultado.
Parte devorado por el material incandescente que arrojó la ferocidad de los volcanes, otra parte protegido e inmutable al devenir de los días. Al parecer, la mayoría de bienes desaparecidos estarían relacionados con la ingeniería hidráulica como los dedicados al almacenamiento de agua, pero las lavas también enterraron asentamientos de los antiguos Majos.
Ahora miles de visitantes recorren cada día esas coladas ajenos al pasado oculto de Lanzarote, que duerme bajo sus pies. Y si la lógica y algunas excavaciones superficiales, siempre sobre ceniza, hacían pensar que el relato histórico de la isla estaba inacabado, el historiador y arqueólogo José de León ha sido capaz de detectar documentalmente parte de esa historia que por el momento, y cercada por la impenetrable lava, permanece escondida.
Historia escrita y sepultada
José de León ha cotejado más de 5.000 documentos entre actas, audiencias y procesos de desamortización de propiedades eclesiásticas, entre los que ha localizado más de 1.500 topónimos anteriores a las erupciones, la mayor parte inéditos ya que han desaparecido debajo de los volcanes, que apuntan la existencia de un legado arqueológico.
Estas edificaciones eran casas semienterradas y abovedadas con material de piedra ya que era la solución constructiva porque en la Isla se carecía de madera. El historiador y arqueólogo ha localizado hasta once puntos de interés arqueológico en Timanfaya, Tíngafa, Maso, Miradero, Uga y Guimón, entre otras zonas.
Patrimonio ¿irrecuperable?
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