Publicado en La Nueva España
Eduardo García
El Prerrománico requiere una nueva lectura, una reflexión continuada y también una nueva mirada. Tres expertos en un arte sublime y no siempre preservado como se merece debatieron en el Club Prensa Asturiana de LA NUEVA ESPAÑA sobre el futuro de uno de los grandes símbolos de Asturias. El arqueólogo Sergio Ríos y los profesores de Historia del Arte, Soledad Álvarez y Lorenzo Arias plantearon nuevas hipótesis de trabajo para entender mejor «milagros» arquitectónicos como San Julián de los Prados o Santa María del Naranco.
«El arte asturiano es la última manifestación del arte antiguo», recordó Soledad Álvarez. Es, por tanto, una frontera, una estética que sin embargo no nace por generación espontánea. Detrás hay un sustrato que hasta ahora no ha sido entendido en toda su profundidad. «Es necesario valorar la tradición, ya no es posible imaginar aquella Asturias como una región muy poco romanizada, un territorio rebelde aislado», que se había impermeabilizado frente a los romanos, pero también frente a los visigodos. Soledad Álvarez dio un consejo: si alguien tiene dudas sobre esa relación del Prerrománico con la Antigüedad, que se dé una vuelta por las termas romanas del Campo Valdés.
El debate, que fue seguido por numeroso público, coincide con la puesta en marcha, el próximo domingo, de una nueva colección de LA NUEVA ESPAÑA: «Guías del Prerrománico», diez libros sobre las joyas más representativas del arte astur, que serán distribuidos todos los domingos junto al periódico del día. La colección está dirigida por el propio Lorenzo Arias, uno de los más cualificados expertos en el tema.
Arias tiene claro que «el hecho prerrománico comienza con la Europa carolingia, hacia el 800, y termina en el primer siglo del segundo milenio». Es una certeza cronológica pero más allá de ella, todo es susceptible de ser revisado. Comenzando por la propia denominación. «Jovellanos hablaba de arte asturiano», recordó Lorenzo Arias. El Prerrománico es un término universalizado y convertido ya en seña de identidad, aunque a la profesora Álvarez Martínez no le gusta: «Es un término incorrecto». Tampoco lo de «arte asturiano» le dice gran cosa, por inconcreto; un cajón de sastre demasiado grande. Lo mismo opina Sergio Ríos, quien reconoce que «las inercias lastran» y propone la denominación «arte del Reino de Asturias». «El término "Prerrománico" no define nada». La indefinición semántica contrasta con la abrumadora percepción de que estamos ante un patrimonio único. Ríos está convencido de que «en Asturias conservamos el mejor conjunto de arte altomedieval de Europa».
«Arte del Reino asturiano» o «arte de la Monarquía asturiana», plantea Soledad Álvarez. La disyuntiva conectó con la segunda parte del debate, el protagonismo real en la fundación de los monumentos prerrománicos, pero antes Álvarez volvió a poner objeciones al término, y es que «por evolución del Prerrománico no se llega al Románico, aunque puedan existir aportaciones iconográficas puntuales». Buscar similitudes con el Prerrománico es complicado porque, aun con similitudes temporales, «el arte asturiano no es equivalente al arte carolingio, que estaba vinculado a una unidad política, a unos afanes culturales y a una Iglesia», así con mayúsculas. ¿Y cómo era la Iglesia en Asturias durante el siglo IX?, se preguntó desde el público. «La Iglesia institucional no estaba aún articulada, como ya sucedía en el siglo XI, pero sí había una liturgia que venía de época visigoda», explicó Soledad Álvarez.
No se puede entender el Prerrománico sin la Monarquía asturiana, pero con matices. Sergio Ríos asegura que «hay patrocinio regio en los monumentos más significativos, pero muchos otros no lo tienen. Lo curioso es que no hay particularidades de estilo entre unos y otros, no hay elementos que singularicen ese patrocinio del rey». San Pedro de Nora y San Salvador de Priesca son dos ejemplos de templos de origen monástico que no se diferencian en esencia de los templos de fundación áulica, -«perteneciente a la corte o al palacio», dice el diccionario de la Real Academia. «El peso del patrocinio regio es menor del que se le ha dado hasta ahora». Y los tres expertos acentúan una de las posibles causas: las crónicas de la época inflan por sistema el papel de la Monarquía. A esas crónicas, la profesora Soledad Álvarez las calificó de «prensa interesada del momento». «Es verdad que el protagonismo de la Monarquía es menor pero a mí me costaría mucho desvincular el Prerrománico del Reino de Asturias».
Los monarcas consideraban suyo el arte asturiano. De hecho, cuando la corte se traslada a León, sigue estando presente durante mucho tiempo la fórmula asturiana, como ocurre con el «primer» San Isidoro.
Lorenzo Arias separa conceptos. Una cosa es el mecenazgo real y otra las obras de la corte. «El mecenazgo regio es inspirador directo de la orfebrería, por ejemplo» (precisamente la orfebrería es estudiada de forma monográfica en uno de los libros de la colección «Guías del Prerrománico»). Arias recuerda que en estos siglos «hay capellanías, pequeñas parroquias rurales que no pertenecen a la órbita del poder pero cuya planta está sujeta al planeamiento de los edificios regios». Como ejemplos, el ya nombrado San Pedro de Nora o Santiago de Gobiendes. ¿Templos, por tanto, iguales? No exactamente. «El diseño es el mismo, pero las técnicas constructivas difieren», dice Arias. Coincide el ancho de las naves, los patrones y el taller, pero eso no iguala del todo. Hay también una fecha que Lorenzo Arias considera clave en el desarrollo arquitectónico prerrománico. Es 842, el año en que llega al poder Ramiro: «Un punto de inflexión que se percibe como un salto cualitativo, tanto en las técnicas arquitectónicas como en los programas iconográficos».
Es el umbral entre el reinado de Alfonso II, el rey de San Juan de los Prados y la Cámara Santa, y el reinado de Ramiro I, el de Santa María del Naranco, San Miguel de Lillo y Santa Cristina de Lena. O, lo que es lo mismo, entre los años 791 y 850. Apenas algo más de medio siglo, escenario temporal de toda una revolución. «Entre Santullano y Santa María del Naranco hay un paso de gigante», dice Lorenzo Arias, como si en medio hubiera habido media docena de edificios que hubiesen explicado la evolución y que la historia nos hubiera hurtado. «Es un salto que no se produce porque sí, es demasiado grande, aparece el elemento escultórico integrado en la arquitectura y, sobre todo, aparece la figura humana».
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