Publicado en El País
Rafael Fraguas
La emoción agita los ánimos y dibuja gestos de alegría en los semblantes de un puñado de jóvenes arqueólogos. Se hallan dentro de una amplia fosa rectangular excavada en el suelo de una extensa necrópolis descubierta en una parcela de Arroyomolinos. Con extrema delicadeza acaban de abrir un sarcófago milenario, construido en plomo, un hallazgo sin apenas precedente en la arqueología madrileña: contiene los restos de un propietario romano que vivió y se hizo enterrar aquí hace al menos 16 siglos.
Los arqueólogos pertenecen a la empresa Área y han sido contratados, por imperativo legal, por la compañía inmobiliaria que construye una superficie comercial en la parcela que alberga la necrópolis. Estos profesionales protagonizan desde el año 2002 numerosas excavaciones en la bonancible ribera de un riachuelo de Arroyomolinos y acometen ahora la extracción y el examen de la sepultura por ellos localizada hace seis meses dentro del cementerio romano.
El ataúd recién abierto es una caja de plomo de un espesor de unos cinco milímetros, con 2,15 metros de longitud por 60 centímetros de anchura y 54 de profundidad. En su parte superior, el cofre emplomado muestra grandes huecos causados por filtraciones de agua y se ve deformado por el peso de una mole de piedra de hasta 12 toneladas y ahora fragmentada en 18 piezas que, a modo de mausoleo, selló el enterramiento tras la muerte del patricio que yace en él sepultado. Una grúa de 80 toneladas tuvo que izar el mausoleo para liberar el acceso y permitir a los arqueólogos llegar hasta el ataúd.
El interior del sarcófago quedó combado e inundado por lodos y limos durante 1.600 años. Las deyecciones envuelven ahora los despojos humanos que se vislumbran: vértebras, tal vez un fragmento de pelvis del varón -las damas romanas no solían ser enterradas con lujo- que mandó edificar aquí la sepultura que no vio terminada.
Encima de él fueron depositados durante distintas épocas los restos de otras siete personas, así como un sarcófago que contenía los restos de un inmaduro, un infante de corta edad. Su cadáver fue extraído con su ataúd de plomo del mismo enclave el pasado diciembre y ahora se halla en estudio en el Museo Arqueológico Regional de Alcalá de Henares. "Sólo se conservaron de él la pelvis, fragmentos de la cadera y parte del cráneo", comenta la arqueóloga Rosa Domínguez.
El restaurador Miguel Ángel López Marcos dirige la extracción, consolidación y traslado de esta actuación arqueológica, iniciada en 2002 y regida hoy por Alfonso Pocho Vigil-Escalera junto con Lidia Vírseda, más Rosa Domínguez, Juan Luis Herce, Luis Hernández, Diana Pozuelo y Ciriaco Díaz, bajo la supervisión de Inmaculada Rus y Nicolás Benet, de la sección de Arqueología de la de la Consejería de Cultura.
La emoción del rescate de este hallazgo embarga a sus protagonistas, que, según confiesa Alfonso Vigil-Escalera, guardan tributo de gratitud a Juan Antonio Ayllón. Fue él quien, ya en 1991, diera las claves de este fabuloso yacimiento. "En él se puede apreciar la secuencia histórica del enclave desde la fase prerromana, romana, altomedieval, islámica y hasta el siglo XVI", comenta ufano Vigil-Escalera. "Una secuencia excelente propiciada por el poblamiento continuado", explica.
Las formas óseas halladas aún tardarán semanas en ser estudiadas, tras su examen por la arqueóloga y paleopatóloga Cristina Sampedro, de la Universidad Autónoma de Madrid con estudios ampliados en las británicas Sheffield y Bradford. Los reunidos esperaban aún ayer que el ataúd contenga vestigios que permitan documentar mejor este importante yacimiento. Pero son muy prudentes a la hora de aventurar el contenido completo del sepulcro. Una instalación de hormigón armado, construida a 200 metros del enclave primigenio del mausoleo, lo aloja desde ayer gracias al gruista Julián Vascones. El paraje será musealizado y ajardinado. A su lado, las aguas del riachuelo cercano prosiguen el mismo curso que seguían cuando el cadáver del romano fuera sepultado, a finales del siglo V.
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