Publicado en La Opinión de Zarmora
Jesús Hernández
La imagen de la Catedral de Zamora, consagrada en 1174, sería distinta sin la intervención del arquitecto asturiano. Dejó libre, a la vista, esa estética pétrea que mira a Oriente y, también, dejó bien asentados los pilares de la conservación del monumento artístico. Fue Luis Menéndez Pidal, y «fue en Zamora donde se realizó el proyecto que mejor demostró la consolidación de su particular método de intervención "arqueológica" con su rehabilitación de su Catedral (1942-66)», expone Miguel Martínez en su estudio "Las restauraciones arquitectónicas de Luis Menéndez Pidal. La confianza de un método", que publica la Universidad de Valladolid. «Abordó la restitución de su rasgo arquitectónico más singular, formado por su cimborrio bizantino y sus cubiertas pétreas, que el gran profesional redescubrió y devolvió a su virginal estado», añade. El experto destaca, asimismo, que «el interesante proceso deductivo de sustitución "dovela a dovela" de su disgregada piedra posibilitó llegar a la positiva restitución» de su cúpula y sus cubiertas, «lo cual se convirtió en su más acertada aportación».
Martínez Monedero insiste, en otro momento de su trabajo, que la actuación «sobre la Catedral de Zamora sería el ejemplo que mejor demostró el asentamiento de su método deductivo-arqueológico de intervención». En la Seo zamorana, efectuó la recuperación de sus trazas artísticas de mayor originalidad. Interesante resultó su redescubrimiento, interesante resultó la devolución a ese estado primigenio.
Era un arquitecto que tenía en cuenta a la arqueología en sus rehabilitaciones. Miguel Martínez resalta, en tal sentido, la intervención de Menéndez Pidal en la Colegiata de Toro (1942-1957). «Las correcciones estructurales y las consolidaciones sistemáticas de su fábrica pasaban incluso por su desmontaje y rearmado como medio para afianzar su estabilidad. Actitud similar fue realizada en la puerta de San Andrés de Villalpando (1950-55), con la recuperación arqueológica de su coronación». Le preocupaba mucho ese aspecto rehabilitador «de los monumentos». De ahí sus investigaciones históricas «con el fin de ofrecer una lectura correcta del conjunto». Tal actitud quedó bien patente «con las recuperaciones de las cubiertas y artesonadas del convento de Sancti Spiritus (Toro, 1947). La necesaria investigación para llegar al original despiece del alfarje fue el paso previo a su restitución».
El profesor vallisoletano se muestra crítico, sin embargo, con un aspecto de la obra de Menéndez Pidal. «En busca de la percepción exterior, fueron realizadas no pocas liberaciones, deudor de las tesis "estilísticas" y ajeno al importante papel histórico de las adiciones». Para el analista, «Menéndez Pidal abogó siempre por la eliminación de aquellas modificaciones históricas que juzgó "molestas" para recuperar la imagen de autenticidad del monumento, por encima de su veracidad histórica». Y, así, en tal proceso «manipuló y en muchos casos aisló el entorno para alcanzar su perfección». Y pone como ejemplo de esa «liberación» a la iglesia del monasterio de San Martín de Castañeda.
Intensa labor restauradora. En Zamora, el trabajo arquitectónico de Menéndez Pidal se desarrolló en la capital (además de la Catedral, se significan las intervenciones en Santa María de la Horta, Santa María la Nueva, Santiago el Viejo, Santiago del Burgo, San Juan de Puertanueva, San Claudio de Olivares, Santa María Magdalena, San Ildefonso, las murallas, el antiguo Consistorio, el Palacio de los Momos?), Toro, San Martín de Castañeda, Benavente, las ruinas del monasterio de Granja de Moreruela, Villalpando, la torre de la iglesia de Tábara, Santa Colomba de las Carabias, San Pedro de la Nave, la iglesia de Arcenillas y el templo parroquial de La Hiniesta. Se ocupó de una treintena de monumentos. Y dejó su impronta.
El asturiano fue, para Miguel Martínez Monedero, «uno de los protagonistas más destacados de la restauración arquitectónica del patrimonio español durante el siglo XX. Desde el comienzo de su actividad profesional, a principios de los años 20, hasta su fallecimiento en 1975 mantuvo bajo su tutela los principales monumentos del noroeste de España». Medio siglo de ejercicio profesional y la rehabilitación de casi «200 edificios». En su mayoría, cuando ocupó el puesto de Arquitecto Conservador de Monumentos de la Primera Zona (1941-75), que agrupaba a siete provincias: Asturias, León, Zamora, La Coruña, Lugo, Orense y Pontevedra. «Sus intervenciones fueron tantas y tan profundas que podemos afirmar que el paisaje monumental que actualmente puede contemplarse en este territorio es fruto de las interpretaciones personales» del asturiano. Nada menos. Para quedarse de piedra.
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