José Antonio Lorente Acosta, profesor y especialista en Medicina Legal y Forense de la Universidad de Granada publica esta columna en El País
Todo lo relacionado con la Guerra Civil y sus consecuencias es, aún a estas alturas del siglo XXI, tema sensible y complejo, con múltiples aristas, donde no es fácil entrar sin verse afectado y donde no hay modo de escribir algo sin salir malparado. Que esto sea así ideológica o políticamente me parece triste, pero que esto afecte a las actuaciones profesionales científicas me parece deplorable.
Si entre todos fuésemos capaces de alejar este tema de la batalla política, donde los unos lo utilizan para atacar a los otros -que de inmediato se dan por aludidos-, quizás lograríamos respetar la memoria de los fallecidos, dar ejemplo a nuestros hijos y dejar trabajar a los profesionales.
Vayamos por partes. Siempre, desde los más pretéritos tiempos a la actualidad, han existido rituales funerarios y a las personas se les ha dado sepultura, o incinerado o sumergido, siguiendo unas costumbres propias de cada época y cultura. Siempre he dicho y escrito claramente que respeto la vida tanto como la muerte, y creo firmemente que la dignidad de las personas que nos han precedido permanece, ante los demás seres humanos, en sus restos, y es posible que quizás influya en esta postura mi educación y el sentirme cristiano católico. Por ello considero que todo lo que no sea dar sepultura de modo reglado no es propio del ser humano, ni de su dignidad, cual es el caso evidente de las fosas comunes de la Guerra Civil española, y por ello soy partidario de la dignificación de todos los enterramientos comunes y, si se requiere por los familiares, de las identificaciones en los casos en que técnicamente sea posible.
Y es que hay dos temas que llegado este momento me preocupan de modo especial: las identificaciones y su coordinación. En referencia a las identificaciones, creo que se está confundiendo lo que se puede hacer con lo que se quisiera hacer. La gran mayoría de las víctimas de la Guerra Civil (si asumimos que puede haber más de 100.000) no podrán ser identificadas, y ello por las limitaciones de las técnicas y de la historia. Siendo requisito necesario para la identificación la comparación, los datos de tipo antropológico (ni que decir tienen los odontológicos), incluso los genéticos, se ven negativamente afectados por el paso del tiempo.
Antropológicamente obtendremos datos muy fiables sobre el sexo, edad en el momento de la muerte y estatura de las víctimas de un enterramiento, incluso datos de ciertas lesiones o causas de muerte, pero poco efectivas para identificarlos, a no ser que sean fosas con pocas víctimas y donde todas o la gran mayoría sean conocidas. Es muy probable pensar que en la mayoría de los casos las víctimas sean varones, de edades jóvenes y de estaturas comprendidas entre los 155 y 170 centímetros. Crear una base de datos de este tipo no ayuda a casi nada en términos de identificación, puesto que no se conseguirá diferenciar a unos de otros, y esto no es culpa de los antropólogos ni de los políticos, es simplemente falta de materiales adecuados de referencia.
La identificación odontológica, tan útil en otras situaciones, se vería muy limitada en este caso, ya que pensar en fichas dentales de las víctimas fallecidas hace 70 años es, más que nada, una quimera, porque si pocas habría, menos estarán localizadas. A esto hay que añadir que no todos los restos tienen íntegras sus dentaduras, limitando aún más el valor de estos estudios.
Finalmente, el análisis genético, la famosa "prueba del ADN" que tantos esgrimen como algo mágico y definitivo, tiene igualmente sus limitaciones. Una identificación fiable basada en el ADN exige dos cosas. En primer lugar, el poder obtener del hueso ADN de calidad y en cantidad suficiente, lo cual no siempre es posible, especialmente en huesos de esta antigüedad. Esto implica el repetir los análisis, trabajar con las muestras por duplicado, etcétera, y ello encarece y enlentece los procesos de estudio. Pero es que en segundo lugar se necesitan muestras de referencia de familiares más o menos cercanos, ya que de lo contrario no conseguimos identificaciones fiables, sino más bien descartes de quien no puede ser.
Con el paso de los años, muchas de las víctimas de la Guerra Civil no tienen familiares vivos que compartan suficientes características genéticas como para permitir la identificación; otras familias, ni siquiera quieren oír hablar del tema, mientras que otras emigraron hace decenas de años, y así sucesivamente.
Todo ello impone la necesidad de manejar todos los datos conjuntamente, los históricos en primer lugar, a los que habrá que añadir datos antropológicos y genéticos para, en conjunto, tratar de establecer las identificaciones. Sin embargo, a priori, creo sincera y tristemente que en las grandes fosas comunes, y en general en todas aquellas que tengan más de 10 o 15 personas, las identificaciones como tales no van a ser posibles, y no por estar en España, ya que los mismos problemas tendrían en Alemania, Japón o Estados Unidos.
Por ello es necesario barajar la posibilidad -como de hecho se ha hecho- de dignificar los lugares de los grandes enterramientos -sin excavar ni exhumar- o de trasladar sin identificar los restos a otros lugares que no sean los de paso obligado de las aguas en las tardes de tormenta, como algunos de estos restos pueden estar ahora.
Y en relación con todo lo anterior surge mi segunda preocupación personal y profesional: la coordinación de las identificaciones. Si de verdad se pretende identificar al mayor número de víctimas hay que considerar a España como un todo y no fragmentar la información, ya que es evidente que muchas personas fallecieron lejos de sus lugares habituales de residencia y que sobre otras ni siquiera hay datos fiables (los "anónimos" de muchas grandes fosas). Lo que hasta ahora se ha hecho (excavaciones puntuales en diversos lugares de nuestra geografía), siempre con la mejor de las intenciones, no sólo no es operativo, sino que es el modo ideal de garantizar el mínimo posible de resultados satisfactorios.
Los diversos grupos de trabajo que se generen deben de estar perfectamente coordinados, siguiendo protocolos comunes que permitan el intercambio de datos personales, genéticos, antropológicos, etcétera, que con todas las garantías legales funcione de modo automatizado, encriptado y compatible. Esto no es fácil, pero si no se hace muchos esfuerzos serán baldíos. Por otra parte, si se hace tarde, el gasto de readaptar y compatibilizar todas las bases de datos será también enorme, y el costo habrá de ser detraído del más noble fin de usar el dinero en pos de realizar identificaciones positivas.
Del mismo modo, hay que acordar los criterios mínimos de identificación, valorando las circunstancias de cada caso, pero siguiendo los estándares internacionales. No se puede estar trabajando en Villa Arriba de un modo y en Villa Debajo de otro. No se deben emplear decenas de miles de euros en estudiar un caso determinado y que no haya medios para estudiar otros.
Por todo ello, la Universidad de Granada va a convocar en fechas próximas a todos los especialistas en identificación humana que ya han participado en casos de nuestra Guerra Civil, con objeto de coordinar las actuaciones profesionales y solicitar a las autoridades el seguimiento de las mismas. Se trabajará en una declaración formal donde se propongan los criterios científicos y técnicos aplicables. Los profesionales iremos, al menos, con orden y todos de la mano: primero, necesitamos generar datos claros y objetivos de las fosas comunes, de las posibles víctimas que hay en ellas y de sus datos, así como de los familiares y descendientes deseosos de colaborar; después, se valorarán las vías de identificación posibles, y se abordarán los casos de modo inmediato y coordinado.
A partir de ahí, queda en manos de las autoridades políticas nacionales y autonómicas el facilitar este trabajo si de verdad se quiere que se produzcan resultados positivos, y en este sentido veo muy poca coordinación, pese a que me constan las mejores intenciones. Ahora bien, si no es esto lo que se busca, podemos seguir como estamos en este momento, cada uno por su casa y los muertos en tierras de todos.
Tribuna completa en El País
2 comentarios:
Todas las fosas están perfectamente identificadas en todos sus aspectos por las asociaciones de Memoria Histórica y los familiares de los allí enterrados. De no ser asi, habrá fosas de las que no haya constancia porque los familiares no saben donde están los restos o no están interesados en ellos. Por lo cual el número de personas no identificadas no sera alto, y si es alto valdrá la pena por los demas fallecidos y sus familiares que como has dicho tendran o tendrían sus creencias. Exige un gran trabajo si, pero si a estas alturas seguimos pensando que no es necesario o que se puede seguir esperando nunca se hará y un país como España, Europeo y plenamente democratico con medios científicos lo merece.
Totalmente de acuerdo.
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