Publicado en Hoy.es
Claudio Mateos
NO es un cráneo, ni una mandíbula, ni siquiera un simple diente. Esos se convertirían en hallazgos de repercusión internacional. Pero Cáceres no es, al menos de momento, Atapuerca, y los paleontólogos se conforman con encontrar y analizar otros materiales, pruebas fehacientes de que hace 300.000 años, en el Paleolítico Inferior, indivíduos bastante parecidos a nosotros ya habitaban estas latitudes cazando bisontes y comiendo los frutos de la tierra.
En ese contexto, un descubrimiento como el de esta semana en los humedales de Malpartida de Cáceres se convierte en un suceso destacado. Se trata de un hacha bifaz (tallada por ambas caras) de cuarzo, que los miembros del campo de trabajo del proyecto Primeros Pobladores de Extremadura han localizado en el yacimiento de El Millar, uno de los dos que se mantienen abiertos en los humedales malpartideños.
«Esta zona podemos decir que es la frontera del calerizo de Cáceres. Hace ocho años decidimos empezar a excavar aquí porque es un lugar donde la explotación para obtener materiales de construcción ha degradado el medio ambiente de forma irrecuperable, pero da la casualidad que esas mismas máquinas dejaron al descubierto herramientas y restos de animales de hace cientos de miles de años». La explicación procede de Antoni Canals, investigador del área de Prehistoria de la Universidad Rovira i Virgili de Tarragona, quien desde 1999 co-dirige el proyecto Primero Pobladores junto al paleontólogo Eudald Carbonell y la directora del Centro de Interpretación de Los Barruecos, Isabel Sauceda.
Como el de Santa Ana
El hacha de El Millar permite, según explica Antoni Canals, establecer una relación directa entre este yacimiento y el de la cueva de Santa Ana, en el Cimov, donde hace unos años apareció una herramienta muy similar, utilizada como una especie de cuchillo que permitía cortar carne, romper huesos y muchas otras operaciones de supervivencia.
Los homínidos que habitaban la zona en el Paleolítico no eran sedentarios, aunque tampoco nómadas. Ocupaban una extensión de terreno difícil de definir, aunque parece que nunca se desplazaban más de 10 ó 15 kilómetros, ya que en ese espacio disponían de caza abundante y numerosos vegetales con los que alimentarse, y también de cavidades donde protegerse del frío y de las fieras como Maltravieso, El Conejar o Santa Ana, todas ellas inspeccionadas también por los investigadores del proyecto.
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