Vía: Tribuna de Salamanca
Eva Cañas
En agosto de 1936, catorce salmantinos fueron fusilados en plena Guerra Civil. Por aquel entonces, sus cuerpos fueron enterrados en una fosa común ubicada en el municipio de Pelabravo, a escasos diez kilómetros de la capital. Setenta años después, los familiares directos de estas víctimas se han unido para realizar la exhumación de los cadávares, que se inició ayer en el municipio salmantino.
Según apunta el arqueólogo y director de las excavaciones, José María Collados, «los familiares buscan la dignidad, que los restos de sus padres y abuelos dejen de estar enterrados en medio de la nada».
Los familiares de los catorce salmantinos vivieron momentos muy intensos durante el día de ayer, mientras que el director de la excavación hizo la labor de portavoz: «Son momentos muy duros en los que es complicado hablar», apuntó.
José María Collados ha realizado una intensa labor de investigación antes de comenzar la exhumación, a petición particular de los familiares: «Los fusilamientos tuvieron lugar a lo largo del mes de agosto de 1936 en los alrededores de este municipio». Este arqueólogo salmantino ha averiguado que las víctimas, una vez fusiladas, eran recogidas por los vecinos de Pelabravo y llevadas hasta la fosa común del municipio.
Los salmantinos que fueron enterrados en la fosa común de Pelabravo en plena Guerra Civil española tenían edades comprendidas entre los 19 y 35 años, todos ellos varones, de municipios tan distantes como Rollán, Armenteros o Tejares. Los restos de estos salmantinos estaban enterrados a la entrada de Pelabravo, junto a un parque. Los primeros huesos aparecieron a medio metro de la superficie, «muy removidos por el paso del tiempo», señala Collados.
La exhumación comenzó a las ocho de la mañana y contó con la participación de un grupo formado por arqueólogos y familiares. La mayoría de ellos sabía desde hacía tiempo que sus padres o abuelos estaban enterrados en ese lugar. «Necesitan exhumarlos para depositarlos en un lugar más digno», matizó el arqueólogo, que recordó que «por fín sus hijos o nietos dormirán tranquilos».
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