Vía: El Periódico de Aragón
Juan Bolea
El historiador Javier Aguirre Felipe puede estar más que satisfecho con el éxito de su monumental ensayo sobre Historia de las itinerancias gitanas. De la India a Andalucía. Un trabajo en el que ha invertido veinte años --¡se dice pronto!--de paciente y provechosa investigación, y que ha publicado la Institución Fernando el Católico.
El ensayo de Aguirre, de todo punto imprescindible para quien pretenda introducirse, completar o entender el éxodo, la idiosincrasia y la original cultura del más legendario de los pueblos errantes, abarca desde el origen indoeuropeo de la etnia, con sus correspondientes argumentos históricos y lingüísticos, hasta el siglo XIX, una vez hubieron concluido las grandes migraciones y sus poblaciones debieron de enfrentarse a complejos desafíos de integración. Parece ser que el autor planea una segunda parte, un nuevo volumen que analizará la relación de los gitanos con los grandes movimientos ideológicos y revoluciones de principios del siglo XX, así como, por ejemplo, su trágico papel en la Alemania nazi.
Por lo que a los tiempos remotos respecta, Aguirre ha rastreado la diáspora de los gitanos indostaníes hasta remontarse a Persia, hacia el año 1.000. Desde Armenia y Asia Menor, habrían alcanzado Europa a través de los Dardanelos y del Bósforo.
En Valaquia serían esclavizados por los feroces señores feudales; en la Anatolia occidental, procedentes de la Licaoyna, recibirían, por parte de los bizantinos, un nombre un tanto despectivo: atcingani, que, con el tiempo, derivaría en zíngaro. Róms, chinganes, cingarijes serían denominaciones derivadas, hasta llegar al genérico de egipcios o egipcianos con que se les conocía en los Reinos hispánicos. Hacia allí, hacia occidente, emigraron numerosos clanes en su doble condición de cristianos, según se declaraban, y aristócratas (pues ellos mismos se concedían títulos de nobleza autóctona). Atravesaron los Pirineos (parece probado que los primeros clanes entraron por la cordillera, procedentes de Italia), y exploraron las posibilidades de acogida que les ofrecían Aragón, Navarra o Castilla.
Como egipcianos, de hecho, se les seguía denominando aún en las Pragmáticas de los Reyes Católicos, emitidas a finales del siglo XV. Antes, Alfonso V el Magnánimo había concedido en Zaragoza un salvoconducto a un tal don Johan de Egipte Menor que se dirigía en peregrinación a Santiago de Compostela. Otro permiso similar fue otorgado al conde Tomás del Pequeño Egipto.
En Andalucía, los gitanos serían mejor recibidos que en el norte. Muchos de ellos, establecidos en Cádiz y Sevilla, y lejanos antepasados de las voces de las que algunos siglos después nacería el cante hondo, se ganaban la vida con el oficio de herreros o carniceros. Cuando cayó Granada, se expandieron hacia sus vegas de manera pacífica, sin saber que se avecinaban tiempos de intolerancia y persecución...
De este rico libro, fértil en descubrimientos y tesis, pero también en anécdotas, puede afirmarse que se lee con facilidad. Su autor ha sabido describir con interés y rigor el éxodo milenario de un pueblo único.
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